Recordar lo que fuimos, pensar lo que somos

Recordar lo que fuimos, pensar lo que somos

Obra reciente de Lucho Castro

Autor: José Ortiz Follow // Tiempo de lectura 9 min

Lucho Castro es un artista con un ojo agudo que busca representar su entorno y dejar un registro de su contexto. Actualmente trabaja en una serie relacionada con los barrios, con la ciudad y con los personajes que la habitan. Sus obras están llenas de color y movimiento y se vale de una estética de lo grotesco para plantear la necesidad de retomar el aspecto humano como punto de partida para la construcción de una sociedad más justa, algo que recuerda la génesis de la Nueva Figuración Latinoamericana, en la cual existía un claro deseo de dar cuenta de la realidad del momento, reconociéndose local y abrazando una realidad social, cultural y política que condiciona el desarrollo y el bienestar. Lucho se inspira en las imágenes de su infancia y juventud, en los años 90 sus padres tuvieron un pequeño negocio cerca del Mercado Central de Alajuela: “…desde muy pequeño, las calles de Alajuela fueron mi museo. No lo sabía en ese entonces, pero lo intuía. Caminaba por el centro con la mirada inquieta de un niño, y en cada esquina encontraba algo más que simples anuncios: eran mensajes visuales que, sin necesidad de leer una sola palabra, me contaban historias completas, una exposición improvisada: cerdos sonrientes comiendo chicharrón, tazas de café humeantes con ojos desorbitados, pollos musculosos con gorras de visera y zapatillas, todos ellos inmortalizados en rótulos comerciales pintados a mano”.

Imagen del facebook de Grafitica

El arte popular fue una práctica muy arraigada en nuestro país y no dudo en que fue un escenario estimulante para cualquier niño. Las pulperías, las cantinas e incluso las casas de habitación en las que se vendían helados tenían su rótulo. Sussy Vargas curadora y coautora del catálogo Grafitica, afirma en su texto que muchos de los que trabajan en gráfica popular eran personas muy humildes que tenían una perspectiva diferente del arte, con una capacidad especial de utilizar el lenguaje popular para llegarle a la gente con sus mensajes. Castro profundiza en el significado de estas expresiones y afirma que cada “cada una de esas imágenes era un intento de comunicar, de vender, sí; pero también de representar algo más íntimo: la identidad del dueño del local, su visión del mundo, el gesto de quien pintó esa imagen sin academias ni libros, solo con pintura, brochas y calle. En un país donde aún existían importantes carencias educativas, la iconografía fue durante años una herramienta de comunicación poderosa. Para un niño —y para muchos adultos también— esas imágenes eran una guía, una manera de entender el mundo que lo rodeaba”.

Es claro que existe una fuerte nostalgia y un deseo de recuperar un momento que ya no existe, por lo tanto, esas imágenes son casi fósiles visuales de una época que se desvanece. La transición digital, los estándares de diseño globalizado, la desaparición del comercio de barrio y la lógica capitalista del borrón estético han condenado esos símbolos a la extinción silenciosa y es precisamente en ese punto en el cual se base su nueva serie.

Hay un deseo genuino de rescatar, reinterpretar y actualizar ese gesto manual a través de un trabajo pictórico que convoque tanto la memoria como la reflexión contemporánea. ¿cómo rescatamos aquello que fue genuinamente nuestro sin convertirlo en una postal o en una caricatura de la nostalgia? ¿Cómo volvemos a hablar de identidad visual popular sin caer en el folclorismo?. 

Pintura en vivo de "Las Cirkubikas en el Parque de Alajuela", Enero 2025. Foto: Dennisse Campos

De esa reflexión surgen obras como Las Cirkubikas, una representación de malabaristas en el Parque de Alajuela. Se trata de una imagen colorida, con trazos libres y llena de movimiento. La disposición semicircular de las figuras del fondo, genera una sensación de escenario teatral. Hay una marcada gestualidad en las manos, rostros y posturas, que acentúa el dinamismo del teatro callejero o la danza. El trazo negro, marcado y casi caricaturesco, delinea las figuras y acentúa la expresividad, un recurso característico de la neofiguración. Otra obra que de inmediato captura la atención es Ensueño de pasión y gozo, que retrata un encuentro entre un músico y una mujer que fuma sus preocupaciones. Ambos personajes decadentes, pero que no dejan de tener una conexión entre si, entrelazados física y emocionalmente; el uso del cigarro, el vino, la música y los cuerpos tensos sugiere una atmósfera bohemia, pero también agotada: una nostalgia postmoderna de los vínculos humanos. Las líneas curvas del saxofón, las piernas cruzadas y los brazos proyectan una tensión sensual, casi coreográfica. La figura humana no es representación pasiva, sino campo de conflicto y símbolo de una realidad.

Lucho Castro, "Ensueño de pasión y gozo", 2025 

En "Jana y el sunset" o en "Las falencias del artista" Lucho no solamente retrata a los personajes, sino también su ánimo y personalidad, la anatomía puede resultar extraña, sin embargo, como en las pinturas de Antonia Eiriz, el cuerpo deviene metáfora social: deformado, incómodo, pero profundamente expresivo, algo que se aprecia más claramente en Reminiscencias, una obra  sobre papel del 2025. Esa intensidad expresiva y simbólica también recuerda las composiciones abigarradas y críticas del brasileño Rubens Gerchman, quienes utilizó el humor, el absurdo y lo grotesco como mecanismos de denuncia y reflexión identitaria.

Lucho Castro, "Jana y el sunset", Acrílico sobre lona, 2024

En general, este conjunto de obras constituye una etapa inicial de un proyecto mayor que busca crear una serie de obras sobre láminas de metal. Para el artista, e| metal es un material históricamente utilizado en los rótulos comerciales y “no es simplemente un soporte: es parte del contenido, es memoria encarnada, inspiradas directamente en la iconografía de los rótulos comerciales costarricenses de los años 90. No se trata de replicar lo que fue, sino de construir desde ahí algo nuevo: una especie de mitología visual que, a través del humor, la deformación, la intensidad cromática y el símbolo, nos permita hablar de nosotros mismos”. En ese proyecto, cada pieza representará un personaje arquetípico de la sociedad costarricense contemporánea: el agricultor, el comerciante informal, la artista, la migrante, el médico, el habitante de calle, la política. Estos personajes no son sólo decorativos: son figuras que condensan tensiones sociales, contradicciones culturales, miedos y aspiraciones. Son representaciones de la música, la política, la migración, la medicina, el trabajo informal, el arte y lo marginal. Seres independientes que, lejos de acompañar un rótulo comercial, contienen ahora una carga simbólica mucho más densa, convirtiéndose en vehículos de identidad colectiva y comentario social.

Con esta propuesta Castro no busca rescatar un arte olvidado para exhibirlo como reliquia, sino reactivar su potencia como lenguaje vigente, ya que según él, en un contexto donde lo visual ha vuelto a desplazar al texto, donde el algoritmo condiciona nuestra mirada y la comunicación se ha tornado icónica y fragmentada, estos personajes vuelven a tener sentido. Ahora no anuncian ofertas ni combos familiares; anuncian tensiones sociales, proponen preguntas, invocan memorias y, ojalá, convoquen nuevas formas de pensar el arte desde lo popular.

Lucho Castro, "Las falencias del artista", 2025

Definitivamente el arte de Lucho Castro trasciende lo pictórico. Es una excavación afectiva en el imaginario visual costarricense, una búsqueda por recuperar lo que fuimos para entender lo que somos. Lucho Castro no pinta desde la nostalgia, sino desde la urgencia de preservar una estética que aún tiene mucho que decir sobre nuestra cultura, nuestras tensiones y nuestras formas de habitar el mundo. En una época que privilegia lo uniforme y lo desechable, su obra se planta como resistencia: colorida, incómoda, humana. Como la calle misma.

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