Lado B en clave de luz: el cierre de Letanías Urbanas
Autor: José Ortiz · Follow // Tiempo de lectura 5 min
El sábado 22 de noviembre se llevó a cabo en Lado B el cierre de la exposición Letanías Urbanas del artista Jesús Mejía. Como suele ocurrir en este espacio, la producción conjunta entre VORTX y Lucho Castro articuló una noche donde música, luz y creatividad confluyeron en una experiencia sensorial completa. Las obras de Mejía fueron intervenidas mediante videomapping realizado por VORTX, Ms Vueltas y Wasca, acompañados por las propuestas sonoras de Diabla Sáenz, ACHS, Spitfyah, Heatwave, Gyzmo y K Libre. Para quienes no están familiarizados con la cultura urbana, estos nombres podrían parecer ajenos o incluso enigmáticos; sin embargo, se trata de artistas que desde hace años vienen consolidando una escena cada vez más robusta, capaz de producir experiencias integrales para una comunidad en crecimiento.
VORTX y Ms Vueltas ya habían destacado previamente en el Festival Internacional de las Artes del 2024, donde realizaron intervenciones lumínicas sobre murales creados por la propia Ms Vueltas. Aquel proyecto marcó un punto de inflexión en sus trayectorias: la exploración del videomapping comenzó a desplazarse de lo técnico a lo poético, inscribiéndose con legitimidad en el territorio del arte contemporáneo. Su trabajo actual expande la noción de pintura hacia un campo donde la luz y el color desbordan los límites del lienzo y dialogan con el espacio circundante, generando atmósferas inmersivas que recuerdan la sensibilidad site-specific de artistas como James Turrell o Olafur Eliasson.
Durante el evento, las piezas de Jesús Mejía fueron bañadas por proyecciones que no competían con el lienzo, sino que amplificaban su significado. La luz dibujaba patrones, texturas y atmósferas derivadas de la interpretación visual de cada obra, creando una suerte de “realidad aumentada”, en la que el gesto pictórico se expandía más allá de su superficie física. La música, por su parte, no operó como acompañamiento decorativo, sino como un eje emocional que reforzaba la experiencia sensorial total. Los espectadores no sólo observaron las obras: las habitaron e irónicamente, de una propuesta basada en lo violento surgió un espacio que proyectó luz e inspiración. Este cruce entre visualidad, sonido y espacio reconfiguró el modelo tradicional de exposición y lo convirtió en un territorio híbrido donde las fronteras entre disciplinas se desvanecen. Lo ocurrido en Lado B constituye un gesto significativo dentro de la escena artística costarricense. En un medio donde la fragmentación y los esfuerzos individuales suelen predominar, esta experiencia colaborativa demuestra que es posible generar proyectos de alta calidad a partir del talento local. Más que un cierre de exposición, el evento funcionó como una declaración de intenciones: un recordatorio de que Costa Rica tiene las herramientas, el talento y la visión para insertarse en el debate internacional del arte digital y las prácticas interdisciplinarias.

Antecedentes del videomapping y su presencia en Costa Rica
Aunque el videomapping ha tenido un auge reciente en nuestro país, sus raíces se extienden a siglos de distancia. Su genealogía puede rastrearse hasta las sombras chinas de la dinastía Han (206–220 d. C.), uno de los primeros usos documentados de la manipulación de luz para narrar historias a través de superficies. Posteriormente, inventores como Christiaan Huygens (siglo XVII) y Athanasius Kircher desarrollaron la Linterna Mágica, un dispositivo óptico que permitía proyectar imágenes pintadas sobre vidrio; muchos historiadores del arte consideran este invento como el antecedente más directo de la proyección artística contemporánea.
Manuel Zumbado, La Cabina, 1999
Durante el siglo XX, varios desarrollos ampliaron este campo. Michael Noll y los pioneros del arte digital en la década de 1960 exploraron la generación de imágenes digitales mediante algoritmos, abriendo el camino a la manipulación de patrones visuales. Por otro lado, el movimiento Light and Space, con figuras como James Turrell, Robert Irwin y Doug Wheeler, comenzó a considerar la luz misma como material artístico, generando ambientes inmersivos y perceptuales que anticiparon muchas de las experiencias lumínicas actuales.
Película 3D estereoscopica de Michael Noll, 1960
Con el acceso a computadoras más potentes en los años noventa, el videomapping adquirió la forma que hoy reconocemos. Una obra temprana clave es America’s Finest (1995) de Lynn Hershman Leeson, que proyectaba imágenes interactivas dentro de objetos tridimensionales, abriendo un diálogo entre lo físico y lo digital. Más adelante, en 2007, la fundación del colectivo AntiVJ en Francia consolidó el videomapping como un lenguaje artístico con identidad propia. Sus proyecciones arquitectónicas deconstruían superficies mediante geometrías, sombras y narrativas visuales que han influido decisivamente en creadores de todo el mundo.
En Costa Rica, los antecedentes surgieron tempranamente. En 1992, Manuel Zumbado presentó en el Museo del Banco Central una estructura escultórica intervenida con luz de proyector de diapositivas, gesto que anticipa el videomapping contemporáneo. Siete años después, con La Cabina (1999), proyectó imágenes sobre una figura humanoide, reafirmando la proyección como medio artístico y expandiendo su investigación en la fusión entre objeto y luz. Aunque para muchos historiadores del Arte la labor de Zumbado en el ámbito digital ha pasado desapercibida es evidente que su trabajo fue pionero, no solamente en el ámbito nacional, sino a nivel Latinoamericano. Manuel continúa hasta hoy promoviendo estas exploraciones desde la docencia y la práctica.
Costa Rica está entrando en un momento en el que la tecnología y el arte dejan de ser territorios paralelos para convertirse en un mismo lenguaje. Letanías Urbanas no fue simplemente un cierre de exposición; fue la demostración de que la escena local tiene la capacidad y la voluntad de operar a la altura de los circuitos internacionales. Lado B dejó claro que cuando el talento se articula, cuando la colaboración sustituye al aislamiento y cuando la luz se asume como un nuevo material artístico, el arte costarricense no solo se fortalece: se redefine y se vuelve una realidad.