¿Porqué el Arte Costarricense no ha logrado internacionalizarse?
Autor: José Ortiz · Follow // Tiempo de lectura 4 min
Caminando por los diferentes museos y espacios expositivos del país uno llega a toparse con verdaderas obras de Arte, y no son pocas las veces en que he dicho para mis adentros: esta obra es digna de colgarse en cualquier museo del mundo. Sin embargo, son pocos los artistas costarricenses que han logrado consolidar una carrera a nivel internacional, aunque hayan alcanzado los máximos reconocimientos a nivel nacional. Entonces, surge la duda: ¿Qué falta para que el Arte costarricense se vuelva universal?.
Lo primero que tenemos que hacer para responder esa pregunta es tratar de entender nuestro contexto.
Nuestro país tiene una escena artísticamente joven. Hay que tener presente que Costa Rica no tuvo un desarrollo temprano de academias y circuitos artísticos comparables a México, Cuba, Argentina o Brasil. El Arte costarricense profesionalizado empieza a consolidarse hasta mediados del siglo XX, con instituciones como la Escuela de Artes Plásticas, que si bien fue fundada en 1897, no tuvo un impacto formativo real hasta décadas posteriores. Lo anterior significa menos tiempo de proyección y consolidación.
Por otra parte, el coleccionismo en Costa Rica ha sido limitado, en parte por el tamaño del país y por la ausencia histórica de grandes mecenas privados o instituciones culturales con recursos abundantes. Sin un mercado sólido interno, a los artistas les cuesta proyectarse afuera. El mercado de arte costarricense se ha visto limitado por la ausencia de coleccionismo privado robusto, lo que ha dificultado la proyección internacional de los artistas. Como explica Eugenia Zavaleta Ochoa (2019), el Estado fue el principal impulsor del arte entre 1950 y 1980, pero con el debilitamiento del modelo benefactor y la apertura al neoliberalismo, no se consolidó un mercado privado lo suficientemente fuerte para garantizar la internacionalización. A esto, se le suma que el país cuenta con acceso limitado a plataformas internacionales como bienales, ferias de arte y grandes museos fuera del país y a la falta de redes de galerías internacionales que promuevan a artistas costarricenses. En contraste, artistas mexicanos o colombianos han contado con curadores y galeristas con alcance global que han contribuido a la construcción de mercado para el arte de sus países.
Lamentablemente hemos caído en un “aislamiento cultural”, con un circuito sumamente centrado en San José y con una tímida extensión hacia la zona de Guanacaste, más relacionada a aspectos de mercado que a un auge cultural en esa zona. Preocupa que muchos artistas jóvenes están tratando de emular estilos aceptados internacionalmente como un medio de validación, lo que ha llevado a que en algunos espacios la obras de los diferentes artistas se parezcan cada vez y de alguna forma se haya limitado la diversidad. A diferencia de países con mayor peso geopolítico o económico en la región, Costa Rica no ha sido un centro neurálgico cultural ni comercial. Ante esto, la estrategia de los artistas costarricenses ha sido insertarse primero en el circuito centroamericano antes de buscar espacios más amplios. En un ensayo publicado por CLACSO (2019), se señala que esta “regionalización abierta” ha permitido acceso a plataformas regionales de prestigio, aunque también muestra signos de agotamiento y no siempre logra abrir las puertas a escenarios globales. Algunos países (México, Colombia, Cuba) han usado el arte como parte de su diplomacia cultural. Costa Rica, aunque reconocida internacionalmente por la paz, el medioambiente y el turismo, no ha capitalizado esas narrativas para proyectar a sus artistas de forma sistemática.
Algo que no podemos dejar de lado en este análisis es la narrativa nacionalista que se impuso durante muchos años, en los cuáles, el Arte costarricense se enfocó en temas de identidad nacional (campesino, paisaje, democracia rural), muy relevantes internamente, pero que no siempre conectaban con discursos globales. Esto dificultó la inserción en diálogos artísticos más amplios como el muralismo, el conceptualismo latinoamericano o el arte político de los años 60–80. Ileana Alvarado (1990) documenta cómo el retrato y la representación de lo cotidiano se convirtieron en ejes centrales del arte costarricense, consolidando un discurso nacionalista que resultaba relevante a nivel interno, pero menos competitivo en el diálogo artístico global.
Aunque hay instituciones como el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC) y el Museo de Arte Costarricense (MAC), Costa Rica no ha sostenido políticas claras y continuas de internacionalización. Un punto que resulta fundamental es que a pesar de que Costa Rica recibe millones de turistas al año, raras veces se exponen al arte contemporáneo nacional. En países como México o Perú, el turismo funciona como puente natural hacia la internacionalización del arte; en Costa Rica, ese puente aún está débil.
Estamos ante un panorama difícil que requiere un cambio de timón, sin embargo, hay que reconocer, que a pesar de todo lo que se ha expuesto, existen artistas costarricenses que han logrado resonancia internacional: Francisco Amighetti, Rafa Fernández, Priscilla Monge , Federico Herrero y Jiménez Deredia, pero como casos individuales, no como un movimiento colectivo consolidado.
Estoy convencido de que el Arte Costarricense (así con mayúsculas), no carece de calidad ni de originalidad y de que la falta de internacionalización no responde a una carencia de talento ni de calidad estética, sino a la ausencia de un ecosistema cultural sólido que respalde su proyección. La tarea pendiente no es menor: requiere de políticas culturales sostenidas, del fortalecimiento del coleccionismo y de una visión estratégica que vincule al arte con la diplomacia, el turismo y la educación. Solo así Costa Rica podrá transformar casos individuales de éxito en una narrativa colectiva capaz de insertarse con fuerza en el panorama internacional del arte contemporáneo.