
No hay tiempo de enmarcar
Una disertación sobre los paradigmas actuales de la creación artística independiente por Lucho Castro
Autor(a): Lucho Castro · Follow // Tiempo de lectura 7 min
Yo no vengo del “Arte” con A mayúscula, vengo de otro tipo de creación: del diseño, de las agencias de publicidad, de ese mundo donde todo es implícitamente urgente, donde la creatividad está subordinada a los plazos, al briefing, al cliente que lo quiere “para ayer”. Nadie sabe exactamente por qué, pero todo tiene que suceder rápido.
El arte urbano del que también vengo no es muy distinto, Graffiti, empapelado, pintura callejera… también se hace a la carrera. Pintar sin permiso, caminar por la ciudad, correr a veces. Acción antes de que la ciudad despierte.
Así he ido entendiendo durante los años que la velocidad no es un accidente, ni una amenaza: es el pulso mismo del arte contemporáneo. La velocidad no impide la profundidad. La velocidad simplemente es.
Vivimos en una era en la que la obra circula antes de secarse. Una pieza puede crearse hoy y mañana estar en una colección en Seúl, sin pasar por una galería, sin ser tocada por más de dos manos. Lo viví en 2021, gracias a los NFTs vendí cientos de obras que en menos de tres meses viajaron hacia destinos remotos en todos los continentes. Así de rápido fue todo. Y así de rápido perdí todo lo que había ganado, cuando me hackearon la billetera digital mientras viajaba a 270 kilómetros por hora en tren de Manchester a Londres. El vértigo no es una metáfora: es una estructura. Y eso no es bueno ni malo, la velocidad simplemente es.
El problema surge cuando se exige que el arte se ajuste a una lógica antigua: que sea enmarcado, archivado, ralentizado, convertido en objeto estático. Pero no enmarcar no es descuido. Es una postura. No porque el marco sea enemigo, sino porque no siempre es necesario, porque no todo arte debe detenerse. Porque quiero que el arte viva al ritmo que lo hace posible. Que se fusione con la vida, no que la evite.
En realidad, esto tampoco es nuevo. En Latinoamérica, el arte siempre ha sido doméstico, cercano. En los hogares humildes, las imágenes no se colgaban en una sala blanca: se pegaban con cinta a un armario, se apoyaban en un estante junto a un florero o se recortaban de un periódico. Arte para contemplar mientras se cocina. Arte que no buscaba la eternidad, sino la compañía. No para ser guardado: para estar.
Muchos críticos hablan del arte como resistencia. Pero esa “resistencia” a veces se convierte en una forma elegante de inmovilización. Nos piden detenernos, contemplar. Pero, ¿acaso detenerse hoy no es también un privilegio reservado para unos pocos?
La velocidad no es superficial. Es una forma legítima de ser, aquí y ahora. Cultura digital, inteligencia artificial, redes, pantallas: no son amenazas. Son lenguajes.
“No hay tiempo de enmarcar” no es una consigna literal. No se trata de destruir marcos. Se trata de entender el contexto actual. De reconocer que estamos en un mundo en movimiento, y que el arte, si quiere seguir siendo relevante, debe moverse también.
Crear sin detenerse no es negligencia: para mi es coherencia. Porque la obra está viva mientras circula, mientras se transforma, y también mientras se destruye con el paso del tiempo, porque el arte no pierde valor por ser cotidiano, efímero o popular.
Porque, a veces, enmarcar es solo un límite mental, y en un mundo que se acelera cada vez más, lo verdaderamente irracional no es ir rápido, sino dejar de crear.