Lo real maravilloso en los grabados de Hernán Arévalo
Autor(a): Dr. Julio del Llano Gonzales · Follow // Tiempo de lectura 20 min
(el canon* desde la perspectiva de un coleccionista de arte)
1. Exoticorum. La serpiente que se muerde la cola.
La historia de América es una historia de leyenda, quimera y fantasía, sobre todo, a partir de su encuentro con Europa en 1492.
Ya, desde antes, cuando aún no había certeza de su existencia y no se conocía qué tipo de seres humanos podrían habitarla, se especulaba sobre su naturaleza salvaje. Podrían ser hombres “bárbaros” según la tradición griega, entendido como aquellos pueblos incivilizados e incultos que no compartían la cultura helénica, y cuya lengua materna no era el griego; o humanos, similares según la versión judeocristiana, al Adán paradisíaco que habitó el Jardín del Edén y murió a los 930 años.
Y cuando por fin llegaron los primeros exploradores europeos a las islas del Caribe, un grabado en madera del año 1505 que se considera una de las más antiguas representaciones gráficas que se conocen de nuestros aborígenes, y que sirvió como ilustración al relato del Tercer Viaje de Américo Vespucio (1454-1512) a América, representa a los indígenas como verdaderos seres de fábula. En el pie de la leyenda fue escrito a modo de explicación, lo siguiente:
“Tanto los hombres como las mujeres andan desnudos, poseen un cuerpo bien proporcionado y tienen una piel casi de color rojo. Tienen perforadas las mejillas y los labios, la nariz y las orejas, y adornan estas incisiones con piedras azules, pedazos de vidrio, mármol y alabastro muy finos y hermosos. (…) Toman como esposa la primera que encuentran y actúan en todo sin atenerse a ley alguna. Luchan entre ellos sin arte ni regla, se devoran unos a otros, incluyendo sus muertos, pues la carne humana es una de las formas habituales de alimentación. Acostumbran a salar la carne humana y a colgarla de las casas con el objeto de que se seque. Alcanzan la edad de ciento cincuenta años y rara vez se enferman.”
Pero al pasar de los años y cuando el aborigen fue exterminado por las enfermedades, la explotación o la pólvora de los mosquetes, y fue necesario poblar a las islas de las Antillas, fueron traídos desde África millones de negros como esclavos (se calcula que entre el siglo XVI y finales del siglo XIX, 12,5 millones de negros fueron sacados a la fuerza de sus tierras de origen y traídos a América para ser vendidos y realizar trabajos forzados de diversa índole), y con ellos, su rica religión secreta que poblaba de nuevos santos los montes y las selvas. “Ogún de los hierros, Ogún el guerrero, Ogún de las fraguas, Ogún mariscal, Ogún de las lanzas, Ogún Changó, Ogún-Kankanikán, Ogún-Batalá, Ogún-Panamá, Ogún-Bakulé, eran invocados ahora por la sacerdotisa del Radá …”.
A la sazón, América se enriqueció con nuevas divinidades, toques de tambores, diablos colorados, historia de negros angolas y congos, libertos y cimarrones, lenguas como el créole, nuevos cantos y bailes, nuevos reyes como el rey Dá, encarnación de la Serpiente; o la reina Arco Iris, señora del agua y de todo parto; o las hazañas de Kankán Muza, líder del invencible imperio de los mandingas; y religiones como la Vodú, y la de los Altos Poderes de la Otra Orilla; y con de actos de rebeldía de verdaderos guerreros, acunados en los barracones.
Nacería desde entonces, de la mezcla entre indígenas, españoles y africanos, nuestro mestizaje, eso que hoy con dignidad somos, los centroamericanos y caribeños, los costarricenses todos. Y esa incipiente Cultura no occidental, mestiza, recién germinada y en proceso de formación, llamó la atención de las corrientes pictóricas europeas y sus principales exponentes.
Ese “Mundus Novus” (Mundo Nuevo) impactaría de tal forma a los artistas del otro lado del Atlántico, que daría incluso lugar a algunas de las nuevas corrientes vanguardistas de inicios del siglo XX. Istmos como el Primitivismo, el Expresionismo o el Cubismo, bebieron directamente de ese nuevo universo, onírico y exótico, que había alimentado a Europa de mitos de todo tipo en los últimos 400 años.
Paul Gauguin (1848-1903) fue quizá el primero de ellos. A sus 39 años visitó Panamá junto a su amigo Charles Laval, y posteriormente entre junio y noviembre de ese año, 1887, estuvo en Martinica. Allí produjo alrededor de 12 obras, sobre las que su amigo, Vincent van Gogh (1853-1890), escribió:
“¡Formidable! No fueron pintadas con el pincel, sino con el falo. Cuadros que son, al mismo tiempo, arte y pecado (…) Esta es pintura que sale de las entrañas, de la sangre, como el esperma sale del sexo.”
Gauguin, influyó a su vez en otros artistas avant-garde como Pablo Picasso (1881-1973), Henri Matisse (1869-1954), Constantin Brancusi (1876-1957), Amedeo Modigliani (1884-1920), y en los expresionistas alemanes Emil Nolde (1867-1956) y Ernst Ludwig Kirchner (1880-1938). El uso experimental del color mediante planos de colores lisos, la rusticidad de sus paisajes y desnudos, y su interés por el arte folclórico, lo convirtieron en el exponente por excelencia del Primitivismo. También fueron relevantes sus aportes en la xilografía, la zincografía (en papel amarillo), y la monotipia con acuarela, logrando mediante la experimentación técnica y formal, grabados innovadores que revivieron el interés por la talla y la impresión desde la madera.
Unos años más tarde, en 1903 y 1906, el joven Picasso visita sendas exposiciones retrospectivas póstumas dedicadas al francés en El Salon d´Automne de París, y quedó impresionado con su pintura y sus tallas en madera, lo que motivó en Picasso el interés por la escultura, la cerámica y los grabados, y, sobre todo, su orientación futura hacia lo primitivo. Esto, junto al regalo de una estatua africana que le hizo Matisse -comprado en una tienda de objetos usados-, y la visita que realizó en 1907 al Museo de Etnografía del Trocadero de París, donde observó las colecciones de máscaras ceremoniales africanas, lo llevan a pintar Las señoritas de Aviñón, dando inicio al Arte Moderno y surgiendo así el Cubismo.
Y de esta misma forma, nuevamente Gauguin, inspiró y produjo un profundo impacto en los artistas alemanes del grupo Die Brücke (“El Puente”). Kirchner, joven alumno de arquitectura, había estudiado arte étnico en el Museüm für Völkerkunde de Dresde, y había visto las obras de Gauguin expuestas en 1905 en el Museo Weimar, y en 1910 en la Galería Arnold de Dresde, donde diseñó el catálogo. Él, junto a Erich Heckel (1883-1970), Karl Schmidt-Rottluff (1884-1976) y Fritz Bleyl (1880-1966), formaron el núcleo central al que después se unieron Nolde y Max Pechstein (1881-1955). Y en el sur de Alemania, con el liderazgo de un abogado de origen ruso, Wassily Kandinsky (1866-1944) se formó el grupo Der Blaue Reiter (“El Jinete Azul”).
Algunos de los grabados de estos creadores fueron mostrados en San José en 1932, y fueron vistos por muchos de los mejores jóvenes artistas costarricenses que, ávidos de conocer lo que sucedía en Arte en otras partes del mundo, se identificaron de inmediato con el arte expresionista. Juan Manuel Sánchez, Francisco Zúñiga, Luisa González de Sáez, Manuel de la Cruz González y Francisco Amighetti, fueron algunos de ellos.
Y hasta aquí culmina un largo ciclo de 440 años (1492-1932), el uróboro, la serpiente que se muerde la cola, como símbolo del ciclo eterno de las cosas, el eterno retorno. América, con su amplia población y riquísima cultura indígena –Costa Rica estaba habitada en su época precolombina por alrededor de medio millón de indígenas en sus ocho etnias: Bribris, Cabécares, Ngöbes, Malékus, Borucas, Teribes, Huetares, y Chorotegas- fue descubierta por colonizadores europeos, a la vez que transformada y mezcladas sus culturas junto con la africana. Y este “Mundus Novus” fue penetrando a su vez la vieja cultura europea, que rejuvenecida, regresó un día nuevamente a América. América fue transformada por Europa a la vez que Europa se dejó transformar por América. Lo autóctono y maravilloso de nuestra cultura fue absorbido por Europa y esto a la vez produjo en ella una metamorfosis, dando lugar a las renovadoras corrientes artísticas vanguardistas. Lo que Europa dio a luz fue a nuestra propia cultura transmutada. Ellos se llevaron nuestro arte primitivo y nos devolvieron el arte moderno.
Y aún teníamos mucho más que aportar. Si el expresionismo fue la forma moderna de expresar la realidad, lo real maravilloso sería el contenido.
"Diablo con espada", Hernán Arévalo, 1997
2. Mackandal. Lo real maravilloso plástico.
Alejo Carpentier (1904-1980), publicó la novela El reino de este mundo en 1949. En ella, cuenta la historia del esclavo Ti Noel, y su amo, el colono Monsieur Lenormand de Mezy y los hechos históricos en los que participan, entre 1750 y 1820, en la isla de Haití, acelerados, con el proceso revolucionario francés de 1789. El tema central es la esclavitud de los negros traídos desde el continente africano a las colonias españolas y francesas en América, y su maravilloso mundo de creencias religiosas y misticidades. Y en ello, se destaca un negro cimarrón llamado Mackandal, esclavo mandinga como Ti Noel, pero investido por los dominios extraordinarios de su religión, dados por los Mandatarios de la otra orilla, con poderes sobrenaturales y las facultades “licantrópicas” que le permitían transformarse en iguana verde, mariposa nocturna, perro, alcatraz inverosímil, animal de pezuña, ave, pez o insecto, y estaba en todas partes y reinaba sobre la isla entera con atribuciones ilimitadas.
Y Carpentier, antes, en abril de 1948, había definido así lo real maravilloso:
“Pero es que muchos se olvidan, con disfrazarse de magos a poco costo, que lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad …”.
Y es que en muchos de los grabados de Hernán se ve esta transfiguración de la magia de lo imposible convertido en realidad.
¿Pero en definitiva, qué es lo “real maravillo plástico”? Pues, similar a lo literario, es la liberación de la fantasía poético-visual de los artistas de nuestro continente, contrario a la pintura convencional, realista y naturalista del siglo XIX; es lo auténtico americano, la aceptación y asimilación del mundo mágico y mítico de nuestra América indígena, negra y mestiza.
Lo “real maravilloso” en las artes plásticas –y por extensión en el grabado- es que nuestros artistas dibujen, recreen e investiguen nuestra rica y maravillosa realidad en vez de seguir mirando hacia Europa y sus vanguardias, y hacia sus desgastadas mitologías y leyendas, mientras que América, como bien nos dice Carpentier, “… está muy lejos de haber agotado su caudal de mitologías”.
Y Arévalo entonces, inspirado por estas lecturas, es por tanto heredero del Mackandal americano. Tiene como él, el poder de la magia en sus gubias, sus trazos y sus colores. Como él, invoca serpientes centenarias, leopardos que en la noche trastocan la palabra por el rugido, monitos de Brasil, caballos legendarios, negros mandingas convertidos en cimarrones, y con himnos mágicos, una dramática sublevación de extraños instintos y emociones. Sus colores, son los colores de las negras que colgaban pañuelos en el tendedero de sus casas, los de la negritud con sus alegrías y alabanzas, los colores de África y del Caribe costarricense. Y sus mujeres son las negras, fornidas, de esbeltos cuerpos y ondeada figura.
Porque como dijera Carpentier al final de su artículo y prólogo, “¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real-maravilloso?”
3. El pez rojo. El sincretismo de tres mundos.
Cuando conocí a Hernán Arévalo Solórzano (San José, 1963), en una tarde fría de octubre de 2021, y conversamos brevemente sobre el sentido general de su obra, me explicó que en los primeros años de su carrera estuvo atraído por la riqueza cultural de la novela El reino de este mundo, de Alejo Carpentier (1904-1980), y por las exploraciones surrealistas y caribeñas del pintor Wifredo Lam (1902-1992). Desde aquel momento supuse, que lo “real maravilloso” debía anidar en la obra del artista costarricense.
"Huracán", Wilfredo Lam, 1945
Y así efectivamente ha sido después de su descubrimiento.
El primero de los grabados que adquirí, titulado “Pez Rojo II”, una cromoxilografía de 2010, es un vivo ejemplo de ello. Un hombre –en la parte alta del grabado- de tez negra, probablemente caribeño, rodeado de símbolos ancestrales, precolombinos, y signos gráficos, sostiene en una de sus manos y se lleva a la boca un “delicioso” pez rojo. Y el esqueleto de un pescado –en la parte baja del grabado-, que se acompaña de una flecha roja, nos muestra la estructura ósea. La composición pareciera que nos remite a una especie de ritual donde la vida y la muerte forman fragmentos de una misma entidad. Parte y contraparte del todo. Es también el enfrentamiento entre dos mundos, el primitivo de los pueblos mestizos que se defiende con una lluvia de flechas, contra el mangual, una bola metálica con púas que era utilizada como una especie de látigo por los soldados medievales, en este caso los soldados europeos de los pueblos “civilizados”. Y es también la pugna entre dos religiosidades, la del africano con su santería, contra el catolicismo español representado por los crucifijos en la frente del mestizo y encima de la cabeza de la calavera.
Y la obra en sí misma es una especie de resumen de una parte importante de su imaginario artístico y su propuesta plástico visual: la transculturación en América de la mezcla de tres cosmovisiones distintas: la indígena, la negra y la española. Y como resultado de ello, el nacimiento de una nueva Cultura, mestiza, sobre la base de la fusión de otras culturas diferentes, y la mezcla de pueblos y etnias disímiles en el Caribe: taínos, mayas, congos, gallegos, catalanes, andaluces, chinos, bretones, galos, indios orientales, ararás, y yolofes.
Y en los grabados que siguieron y que han incrementado la colección –alrededor de 35 de los aquí expuestos- seguí encontrando señales de su confesión inicial. En algunas piezas anteriores a 1990, se nota la cercanía con algunos aspectos de la figuración de su maestro Rolando Garita, sobre todo en el tratamiento de las manos, y quizá el aliento sutil de algunos dibujos de Juan Luis Rodríguez que, según Hernán, no le dio materias pero que siempre estaba en el taller con los grabadores más viejos, dando consejos y ¡peleando! Y como Garita, Arévalo trata con insistencia el tema de la mujer desde los primeros años de su carrera y hasta la actualidad.
En la década del 90, el artista define rápidamente los primeros rasgos de su figuración y comienza, sin miedos, a arriesgarse con la cromoxilografía. A diferencia, por ejemplo, de maestros como Francisco Amighetti, que durante muchos años experimentó sólo con las xilografías haciendo obra e ilustraciones para libros y revistas, Arévalo prioriza y define el grabado a color como su línea fundamental de trabajo. Aquí aparecen temas nuevos como su animalística –caballos, peces, gallos, langostas, dragones, serpientes, toros, pájaros, cocodrilos-, y hacia 1995, sus primeras máscaras, diablos y catrinas.
Formalmente –quizá, en el único momento de su obra en el que estuvo presente-, identificamos la gestualidad surreal del cubano Wifredo Lam. Por ejemplo, en la pieza “Huracán” (218.5 x 198 cm, mixta sobre yute), de 1945, Lam describe un universo sincrético de realidad y sueño, donde conviven a través de formas inéditas, la vegetación, la fauna, y los dioses del panteón yoruba. Hay formas aladas, diablitos y trazos zoomorfos y puntiagudos. Y en los grabados de Hernán, “Gallos” (1991) y “Caballo rojo” (1993), o incluso en “Gallo urbano” (1992), “La noche” (1993), y “La Reina” (1994), coinciden muchos de estos elementos. Y en la pieza “Tercer Mundo” (251 x 300 cm, óleo sobre tela), de 1965-1966, la cercanía con Lam es mucho mayor, por la similitud de la figura central de esta obra con “Pez azul” (1995).
Pero Hernán ha reconocido en su arte la influencia de otros artistas. En piezas suyas de esta época hay algunas obras maestras por su simpleza y belleza formal. Veamos, por ejemplo, “Exu Yambu” y “Exu Exu”, ambas de 1991. Son grabados pequeños, que hacen referencia a la religión del negro y sus rituales. “Exu” significa en las religiones Bantú y Yoruba, “el que todo lo ve”, “el que está en todas partes”, una especie de divinidad o espíritu que intermedia entre Dios y las deidades, y sin el que nada puede ser realizado, es el que abre y cierra todos los caminos. Y “Exu Yambu”, es un cántico de negros, una rumba que se baila lento al compás del toque de los tambores. Ambas piezas, tienen un caballo como figura central, pero en el fondo existe una riqueza gráfica, de múltiples significados, que describen un universo complementario de signos, números, letras, y astros, que hacen pensar nuevamente en la selva impenetrable y viva de Wifredo Lam, además del grafismo del artista alemán Ralf Winkler (1939-2017), alias AR Penck, con sus “signos y símbolos culturales”.
Durante esta década, además, Arévalo continúa su acercamiento al tema religioso mediante la representación de escenas cristianas como La Última Cena, el mártir San Jorge –que no por casualidad es un santo venerado tanto en las religiones cristianas, afroamericanas y musulmana del Medio Oriente, por lo que se considera un fenómeno sincrético-, y Cristos crucificados, que le permitió obtener la Mención de Honor, con la obra “Visión II” (1991), en el Salón Nacional de Grabado “Francisco Amighetti” convocado por el Museo de Arte Costarricense (MAC).
Por último, aparece a finales de los 90 el tema de la ciudad y la influencia de otro gran artista, el norteamericano de padre haitiano –el país donde se desarrolla la novela de lo real maravilloso de Carpentier- y madre puertorriqueña, Jean-Michel Basquiat (1960-1988). Aquí Arévalo nos trae un grupo de grabados que, según el crítico de arte Efraín Hernández, nos habla de un “(…) San José (que) se ha transformado en una ciudad de agresión, de violencia, de conflicto y su santo patrono no es ya el humilde artesano carpintero, sino un amenazador esqueleto que nos habla de muerte y destrucción”. Y más adelante, “Lo urbano deviene violento, agresivo e inhumano.” Estas obras son “Diablo con espada” (1997), “Planetario” (1997), “San José” (1999, díptico), y “Lógica Urbana” (1999).
"Lógica Urbana", Hernán Arévalo, 1999
Llegado el nuevo siglo, entre el 2000 y el 2010, aparece un personaje nuevo, el boxeador, que nos remite nuevamente a Basquiat. Y a la ciudad, y a la lucha diaria por la subsistencia. Recordemos que Arévalo siempre ha sido desde 1988, un artista independiente, que no ha estado vinculado nunca a ninguna institución cultural o académica, y que por tato ha tenido que “luchar” su sustento diario. Y qué bueno que así haya sido, porque eso lo ha llevado a mantenerse creando ininterrumpidamente. Por tanto, el tema de los boxeadores, como en el joven Jean-Michel, es expresión de la violencia y los riesgos que debe correr el ser humano –y el artista- en la obtención de su felicidad. De este decenio son también las piezas “Pez rojo I” (2009) y “Pez rojo II” (2010), al que ya hicimos referencia. Y hay un díptico relevante, “Crónicas ejemplares I” y II, ambas de 2002. Como su nombre lo indica, es difícil no asociar este género literario con los textos históricos de Europa desde la Edad Media y “las crónicas (que) se escriben por mandato de los Reyes e Príncipes; e por los complacer e lisonjear, o por temor de los enojar …”, y a las llamadas “Crónicas de Indias o de la América española”. Aquellas que nos dejaron los “conquistadores”, entre ellas, las de Hernán Cortés, Bartolomé de las Casas, Bernal Díaz del Castillo, el Inca Garcilaso de la Vega, o las de él mismísimo Cristóbal Colón y Américo Vespucio (que por Vespucio se le puso el nombre a América). El mismo Arévalo nos ha dicho que “me inspiré en la Colonia, los colores de la imaginaría colonial, y las crónicas de conquistadores y santos”.
Y en los últimos 15 años de su carrera, entre 2010 y 2024, con mayor madurez y deseos de innovar, hay un grupo de piezas diferentes, de colores pasteles, que creo son su mayor aporte en este período. Son piezas seriadas, tituladas “Paisaje”, “Preludio”, “Requiem”, y “Jaguar con lunas”, todas del 2018, y que tienen un antecedente en 2005 con otras tres piezas tituladas “Urbano I”, “Urbano Mix”, “Ópera Mix” y “Leyendo”. Todas, unidas por su estilo y paleta de colores, son también un resumen del universo personal del artista. En ellas aparecen personajes, animales, símbolos, objetos de diverso tipo y naturaleza, aparentemente distintos pero que en realidad están relacionados entre sí y nos ofrecen nuevos significados. Esa contraposición, característica en la iconografía de Arévalo, es como una especie de palimpsesto de polisémicas lecturas.
Y finalmente, en cuatro cromoxilografías del 2024, volvemos a encontrar algunos de los temas y el estilo característico del artista: el desnudo femenino, el tema religioso, la sexualidad, y nuevamente, como confirmación de su arraigo a lo maravilloso de nuestra realidad y cultura americana, una obra animalística, “El gran jaguar” (2024). Un poderoso felino –el más grande de América-, venerado por los mayas al considerarlo un animal sagrado, símbolo de poder, fuerza y vida, sostiene entre sus garras a una venenosa serpiente, alegoría de la astucia, la tentación y que nos remite a la religión judeo-cristiana del viejo mundo.
4. Imaginarius. Una expo retrospectiva.
Arévalo es un artista prolífico que ha creado grabados por más de 35 años de forma ininterrumpida. El artista, con apenas 60 años, ya atesora más de tres centenares de grabados, la mayoría de ellos cromoxilografías. Y por supuesto que no se trata de cantidad ni de hacer comparaciones, pero lo que pretendo resaltar es que Arévalo va en camino –si ya no lo es- de convertirse en el grabador costarricense más fecundo de todos los tiempos. Y lo sabemos, el Arte exige una altísima responsabilidad, y el artista debe preocuparse siempre por narrar su tiempo y hacerlo con la más alta calidad, aspecto que logró con creces el maestro Amighetti.
Arévalo, es egresado de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Costa Rica y desde los años iniciales de su carrera descubrió en el grabado en madera la técnica que lo enardecía. “Me encantó la xilografía –dice-, el trato con la madera, ver multiplicar un diseño, una idea; me apasionó”. Entre sus profesores tuvo a insignes maestros y artistas de la técnica en el país, entre ellos, Héctor Burke, Crisanto Badilla, y especialmente, Rolando Garita. “En San Ramón –comenta- conocí a Rolando Garita, pero hasta dos años después me impartiría clases en la UCR de San Pedro. (…) pronto me pasé a estudiar grabado de la mano de Rolando Garita, maestro de la xilografía, y quien me regaló los primeros pochotes para empezar a gubiar”. Y a pesar de que llevó un curso de grabado en metal con el experto Rudy Espinoza (1953-2018) en 1991, prefirió continuar con el trabajo en madera.
Arévalo pertenece a la cuarta generación de grabadores costarricenses. Es contemporáneo con los artistas Alberto Murillo (1960), Adrián Arguedas (1968), Edgar León (1968) y Sila Chanto (1969-2015). Y como ellos, ha continuado la tradición iniciada en 1934, durante la Sexta Exposición de Artes Plásticas, con el lanzamiento del ya imprescindible “Álbum de Grabados”. Allí estuvieron Teodorico Quirós (1897-1977), Adolfo Sáenz (1898-1972), Carlos Salazar Herrera (1906-1980), Francisco Amighetti (1907-1998), Manuel de la Cruz González (1909-1986), y Francisco Zúñiga (1912-1998). Todos, excepto Quirós y Sáenz que tenían 37 y 36 años respectivamente, eran unos veinteañeros. Unos impetuosos jóvenes que se afanaban en mostrar un arte nuevo, moderno, al público del país, en contraposición al arte académico que se enseñaba en la Escuela Nacional de Bellas Artes.
Aquellos “valientes y nobles” artistas, conformaron la generación de la “Nueva Sensibilidad” y trajeron el arte moderno a Costa Rica, a través precisamente del grabado expresionista que nos habían devuelto desde Europa.
Y Arévalo es continuador, “heredero, deudor y partícipe” de esa tradición y aquella generación de vanguardia.
5. Final. Vivir la vida es vivir el arte.
La última pintura de la artista mexicana Frida Kahlo (1907-1954), la concluyó ocho días antes de su muerte. Quizá es la representación de su fruta preferida, o quizá, simplemente, es la expresión sensillísima de los colores de la vida que, para ella, fue turbulenta, plena en contradicciones, desbordante de dolor; y por demás, muy breve (murió a los 47 años). Pero el título de la pintura, “Viva la Vida”, sus fuertes colores y los ricos contrastes, las curvas del dibujo y sus ángulos, parecieran traducirse como “larga vida”, un comentario irónico a su existencia a la vez que una apología a la dicha que tuvo de ser artista y poder disfrutar de esa magia del lienzo y los bellísimos colores. A la dicha de haber creado y dejado un legado a la posteridad, y de haber vivido también intensamente.
Y a veces pienso en esa sencillez y sentido de los grabados de Arévalo, y de la pintura y el arte en general. La creación con la única intención de percibir la belleza del color, y lo hermoso de las formas simples, pueriles, primitivas. Veamos sino las cromoxilografías, “Caballito” (1991), “Caballo con peces” (2008) o “Garcita” (2019), donde el color es protagonista y contribuye a crear piezas de una belleza innegable, con una profunda riqueza gráfica a la vez que una figuración naíf de escasos elementos: potrillos de ojos estrábicos que nos invitan a observarlos, juguetones, ingenuos y llenos de vitalidad; o una garcita hambrienta que está a punto de engullir un pulpito a pleno día. O la xilografía “Versus II” (2009), donde un boxeador enmascarado pareciera amenazarnos con el guante extendido.
Más allá de elucubraciones intelectuales o construcciones retóricas, fórmulas o etiquetas culturales, muchos de los grabados del artista podrían tener la lisa intención de producir placer y deleite en los espectadores, de enajenarnos en el color y la simple figura, sin vanas y elaboradas distracciones. Y anoto aquí, que un verdadero artista no está hecho de una sola pieza. Son muchas las influencias y el desarrollo del creador con el paso de los años, cambiamos constantemente, nos transformamos y nos enriquecemos a diario. Una etiqueta o lugar común como el de “lo real maravilloso”, también puede ser reduccionista y limitador, creadora de “vulgarización y marketización”.
El talento de Arévalo es innegable. Su experiencia de más de 35 años en la estampa lo hace uno de los más prolijos y expertos grabadores del país. También es, un renombrado y experto impresor. Con una obra extensísima al día de hoy de más de 300 grabados, que ha engalanado exposiciones de arte, colecciones privadas y estatales, carátulas de CD, carteles de eventos, portadas de libros y revistas, y ha ilustrado varios libros de filosofía y arte, Arévalo nos amenaza -parodiando un antiguo proverbio árabe que dice: “El hombre le teme al tiempo, pero el tiempo teme a las pirámides”-, conque el tiempo también le tema a él, por lo excelso de su arte y su prolongada trascendencia en la historia del grabado costarricense.
Larga vida al creador y su arte.
Un abrazo sincero de alguien que lo admira y está feliz de conocerlo.
Y que para su dicha, o no, seguirá coleccionándolo.
Pretendo seguir siendo el mayor coleccionista de su obra.
Entrevista a Hernán Arévalo: