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Expresiones artístico-visuales frente a la adversidad: El caso de Costa Rica
A finales del siglo XIX, el artista costarricense Enrique Echandi lamenta profundamente la falta de apoyo gubernamental para la creación de una escuela de arte en el país. Este obstáculo lo llevó a manifestar con dureza que “la indiferencia en cuestiones artísticas por parte de los dirigentes no es solamente indiferencia, sino una hostilidad manifiesta con sus ribetes de agresividad” (Ulloa, 1973). Estas palabras reflejan no solo su desilusión personal, sino también la realidad adversa a la que se enfrentaban las artes en Costa Rica durante ese periodo. Sin embargo en paralelo a esta desilusión, en 1897 se otorgó el aval para la creación de una Escuela de Bellas Artes, bajo la dirección del artista español Tomás Povedano de Arcos
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Enrique Echandi, pensativa o medusa con corona de laurel, 1901, MAC
Este hecho marca sin duda una primera página dentro de lo que podría llamarse la adversidad de las artes en Costa Rica ante el ambiente oficial. Tanto las élites de poder como el público en general tendían a percibir las artes como simples expresiones de entretenimiento y ocio, en lugar de reconocerlas como un componente esencial para el desarrollo cultural e histórico del país.
Durante las primeras décadas del siglo XX, el panorama comienza a cambiar con la creciente popularidad de revistas y diarios que incluían ilustraciones creadas por artistas nacionales. Figuras como Noé Solano, Enrique Hine y Fausto Pacheco dejaron una huella significativa en los lectores a través de caricaturas críticas y humorísticas que reflejaban las dinámicas sociales de la época. Paralelamente, la publicación del Repertorio Americano, liderada por Joaquín García Monge, se convirtió en un valioso medio de comunicación cultural que expandió horizontes estilísticos e intelectuales. Esta revista intelectual estimuló a una nueva generación de jóvenes creadores que, hacia la década de 1930, comenzaron a ilustrar textos educativos y literarios. Muchos de estos artistas también participaron activamente en las Exposiciones de Artes Plásticas, realizadas entre 1928 y 1937 en el Teatro Nacional de Costa Rica, consolidando espacios para la difusión y valoración del arte costarricense. (Zavaleta, 2004).
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FA 1931, Repertorio Americano 23-22, 12 dic 31, XXIII, 22, p. 344 Amighetti
Las exposiciones anuales de Artes Plásticas comenzaron a generar un mayor interés en los medios de prensa, fomentando comentarios más frecuentes sobre las actividades artístico-culturales. Sin embargo, estas exposiciones se mantuvieron principalmente como un espacio de interés para un reducido grupo de ciudadanos del Valle Central, quienes debatían sobre las obras presentadas y los premios otorgados. Un evento destacado fue la Exposición de 1934, que ofreció dos particularidades significativas. En el marco de esta exposición anual, se publicó un libro de grabados creados por jóvenes artistas (algunos de ellos ya colaboraban con ilustraciones xilográficas en el Repertorio americano), reflejando su interés por explorar las posibilidades de la gráfica como un medio artístico innovador. Este enfoque buscaba no solo diversificar las técnicas comúnmente utilizadas para la creación artística del país, sino también alcanzar una mayor difusión en comparación con las formas tradicionales como la pintura y la escultura.
Además, la sexta Exposición de Artes Plásticas (1934) incluyó una destacada exhibición de piezas precolombinas proveniente tanto de una importante colección privada, así como del acervo del Museo Nacional de Costa Rica. Estas piezas se presentaron junto a las obras de jóvenes creadores y maestros del arte académico, generando un diálogo entre el legado cultural ancestral de Costa Rica y las expresiones artísticas contemporáneas. Esta combinación pretendió enriquecer el panorama artístico, subrayando un rescate por el pasado desconocido precolombino (llamado en la época como cosa de indios) y la evolución paulatina del patrimonio artístico costarricense.
Es relevante destacar que, en esa época, los estudios sobre las actividades artísticas y culturales fuera del Valle Central eran escasos. Esto provocaba que tradiciones propias de regiones como Guanacaste, Limón y otras áreas rurales del país permanecieran invisibles para el público general. Además, quienes escribían sobre estas manifestaciones lo hacían desde una perspectiva predominantemente folclórica o arqueológica, más que como expresiones artísticas, históricas y culturales propias de dichas regiones. No obstante, para algunos jóvenes artistas que participaron en las Exposiciones de Artes Plásticas, estas prácticas heredadas de un pasado poco conocido o insuficientemente estudiado comenzaron a tener una influencia significativa. La relevancia de los objetos encontrados en excavaciones, como metates, vasijas y ajuares, que se exhibían en el Museo Nacional de Costa Rica, despertó su interés por explorar nuevas direcciones estéticas en sus obras. Esto marcó un intento por alejarse de la visión europea dominante en la Escuela de Bellas Artes, que no solo moldeaba el gusto del público costarricense, sino también influía en lo que adquirían ciertos sectores privilegiados para la decoración de sus hogares.
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Teodorico Quiros, Sin Título, 1957
Hacia finales de la década de 1930, la transformación en la estética y visión del arte se desarrollará de manera más acelerada a la que se había venido dando en las décadas anteriores, esta evolución se encuentra impulsada en parte por los diversos eventos políticos que ocurrían en el país. Además, la transformación que sufría el valle central para modernizarlo, incentiva la desaparición gradual de elementos de añoranza y tradición, como lo era la casa de adobe. Posiblemente, gracias a este fenómeno, artistas como Teodorico Quirós, Fausto Pacheco, Manuel de la Cruz y Ezequiel Jiménez (la mayoría de ellos con una práctica de ejecutar sus pinturas al aire libre y buscando zonas en que aún se hallaban este tipo de viviendas), reciben buenas críticas de parte de un nuevo público que se siente identificado con las obras. Quirós, por su parte, apoya a los nuevos artistas para que trabajen desde una visión propia y con un carácter nacional. Lamentablemente, hacia finales de la década de 1940 se establece un punto de ruptura. Importantes artistas emigran tras la Guerra de 1948 y muchos otros sufren por los recortes económicos en las becas concebidas para estudiar en el extranjero, lo cual tiene un impacto considerable en el entorno artístico costarricense. Los artistas que permanecen en el país, en su mayoría profesores en la Universidad de Costa Rica, por encargo oficial de la llamada –Nueva República–se esfuerzan por preservar una imagen que evoque lo sucedido. Por ello, Francisco Amighetti y Luis Daell representan, a través del mural, este episodio que marca un antes y un después en la historia política nacional.
Cuando ya el panorama empieza a tranquilizarse de los eventos políticos ocurridos, se generan nuevos grupos de artistas que empiezan a trabajar más en conjunto y establecen posturas innovadoras en el país. Es evidente que el poco apoyo que existe por parte del gobierno o la escasa venta de arte en el país, obliga a que los esfuerzos creativos sean compartidos tanto para realizar las muestras, así como apoyarse con los costos de adquirir materiales o conocer nuevas posibilidades técnicas.
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Tomas-Povedano, El Medallón de la abundancia, 1910, Teatro Nacional
Artistas de renombre como Francisco Amighetti, Juan Manuel Sánchez y Manuel de la Cruz González desempeñaron un papel fundamental en la formación de futuras generaciones, tanto en canales estatales como privados, al ofrecer clases que fomentaban tanto la técnica como el pensamiento conceptual. Y ya para 1963, gracias en gran parte al trabajo destacado de Felo García, se estableció por medio de una ley la Dirección General de Artes y Letras (DGAL), una institución que brindó un valioso apoyo a artistas y estudiantes de arte. Con el tiempo, este organismo se convertiría en la base del futuro Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes (creado por ley en 1971).
Es así que entre las décadas de 1960 y 1970, tanto la DGAL, así como la Universidad de Costa Rica, a través de la Escuela de Bellas Artes, impulsaron actividades diseñadas para fomentar el desarrollo de las artes en el país. Durante este período, muchos artistas viajaron al extranjero para perfeccionar su formación en disciplinas emergentes como el grabado, la fabricación de papel artesanal y la Historia del Arte. Esta profesionalización permitió que creadores como Lola Fernández, Juan Luis Rodríguez, Luis Paulino Delgado, Luis Daell y Dinorah Bolandi dejaran una profunda huella a través de sus obras y su labor docente. Otros aristas como Carlos Barboza y Carlos Poveda saldrán del país para enaltecer el nombre de Costa Rica con sus creaciones desde otros horizontes.
A pesar de los esfuerzos realizados durante estas décadas para fomentar el desarrollo de las artes visuales, hacia finales de la década de 1970 se empieza a observar una preocupante tendencia hacia la pérdida del trabajo colaborativo como motor de crecimiento artístico. Como consecuencia, numerosos artistas de gran relevancia en estas décadas quedan relegados o in-visibilizados frente a las corrientes consideradas más innovadoras o de vanguardia.
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Lola Fernandez, Tapiz
Otro hecho lamentable es que, a pesar de que el panorama artístico costarricense cuenta con una destacada lista de creadores, persiste la falta de una educación integral desde las primeras etapas escolares que valore y promueva el arte nacional y a sus exponentes. Esta carencia genera un vacío en el reconocimiento y la comprensión del impacto cultural de estos artistas en la sociedad. A pesar de la existencia de galerías y museos estatales, el apoyo y la promoción de las iniciativas artísticas siguen estando limitados a un grupo reducido de personas interesadas.
En este contexto, y con la conciencia de la gran diversidad de propuestas formales y conceptuales en el arte costarricense, surge la agrupación artística Bocaracá, cuyo objetivo principal es ampliar los horizontes para la promoción y comercialización del arte. Como señalan Barquero y Gutiérrez (1989):
“[…] la investigación gira alrededor de un lenguaje personal de alto grado expresivo en el cual el espacio, el color y la temática están supeditados a las definiciones que el creador mismo estipula. La creación costarricense se inserta con naturalidad dentro de esta orientación. Existe una gran atomización del idioma plástico nacional tanto en la dirección del arte abstracto como lo representativo.”
Durante la década de 1990, el arte costarricense tuvo como eje central la búsqueda de la internacionalización. Traspasar fronteras se convirtió en el ideal de los creadores visuales, una meta cada vez más factible, aunque no exenta de riesgos. Alcanzar este propósito requería integrarse a circuitos mercantiles o conceptuales dominados por quienes poseían contactos en Europa o Estados Unidos. Sin embargo, la lucha por acceder a este mercado global terminó por erosionar la visión de un arte con identidad nacional, transformándolo en algo abordado desde una perspectiva global homogeneizadora.
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Juan Manuel Sánchez, La raza espera, talla directa en piedra, c. 1950, det.1
Aunque este proceso no necesariamente debe considerarse negativo, hubiera sido ideal que se desarrollara en paralelo con la continuidad de las expresiones artísticas que se venían gestando en décadas anteriores y que forman parte de la historia del arte costarricense. Sin embargo, este periodo se caracteriza por vacíos y una constante fluctuación de nombres destacados, con artistas que alcanzan el reconocimiento para luego desaparecer con la misma rapidez.
El surgimiento de certámenes privados y Salones Nacionales de Artes Visuales vuelven a ofrecer un estímulo importante para los jóvenes creadores, similar al que brindó décadas atrás la Dirección General de Artes y Letras (DGAL). Estos espacios permiten a los artistas emergentes exhibir sus obras tanto en escenarios públicos como privados y estatales, abriéndoles además la posibilidad de ganar reconocimiento y formar parte de las colecciones artísticas estatales. Sin embargo, en el sistema educativo nacional sigue sin otorgarse la relevancia que estas creaciones merecen para comprender no solo la historia, sino también la evolución de la sociedad costarricense a través de la mirada de sus artistas.
El siglo XXI llega acompañado de galerías, museos y colecciones privadas y estatales que luchan por equilibrar los costos de mantenimiento con los ingresos generados. A pesar de los grandes esfuerzos y las evidencias recogidas por medio de diversas publicaciones que buscan analizar y valorar el arte nacional, el Estado enfrenta crecientes dificultades para ofrecer un respaldo adecuado a las creaciones nacionales. Al mismo tiempo, muchos espacios privados cierran sus puertas, mientras que otros a duras penas prosiguen o surgen con mayores desafíos para expandirse.
A la par de las problemáticas relacionadas con la exhibición y preservación de obras de arte, se observa un creciente desconocimiento, tanto por parte del público como de muchos creadores de artes visuales contemporáneos, sobre el legado histórico de la plástica costarricense. Esta desconexión incluye los esfuerzos realizados y los logros alcanzados por los grandes maestros que cimentaron el desarrollo artístico del país. Este desconocimiento no solo afecta el reconocimiento de figuras clave del pasado, sino que también limita la capacidad de los artistas actuales para nutrirse de ese patrimonio como una fuente de inspiración y diálogo creativo. La falta de programas educativos y actividades que conecten a las nuevas generaciones con la historia del arte nacional contribuye a este vacío. Además, la sobrevaloración de las tendencias globales, muchas veces desvinculadas del contexto local, refuerza esta desconexión.
Finalmente, aunque las tecnologías y las redes sociales ofrecen un motor potencial para la promoción artística, es evidente que el arte costarricense sigue restringido a un circuito reducido de interesados. A lo largo de los años, pese a los intentos de consolidar una identidad artística nacional, prevalece la percepción de que esta se mantiene confinada a un público limitado.
Referencias
- Barquero, E. y Gutiérrez, J. (1989). Bocaracá. Museo de Arte Costarricense.
- Ulloa, R. (1973). Enrique Echandi. Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes.
- Zavaleta, E. (2004). Las Exposiciones de Artes Plásticas en Costa Rica (1928-1937). Editorial Universidad de Costa Rica.