Gallardo en un dibujo
Autor: José Ortiz · Follow // Tiempo de lectura 5 min
A veces pienso que uno no encuentra las obras, sino que ellas lo encuentran a uno. Fui a visitar a un viejo amigo y casi en automático me puse a revisar una carpeta que yacía sobre su escritorio. Tenía inscrito el nombre de uno de los artistas que más admiro: Don Jorge Gallardo Gómez. Había una veintena de dibujos, todos de calidad indiscutible, retratos de campesinos, gente haciendo fila, esperando un bus, bailando o la indígena que observó en algún viaje a Panamá.
Sin embargo, uno en especial llamó mi atención. Se trataba de un dibujo con dos figuras humanas de perfil, ejecutadas con líneas de grafito y carboncillo, suaves y precisas. El trazo delicado y el cuerpo de la línea, utilizados de manera magistral. La composición es sencilla, íntima y directa: una niña junto a una mujer mayor parecen estar en un momento de quietud o recogimiento, una ligeramente detrás de la otra, creando un ritmo visual fluido que conduce la mirada desde la figura de la vieja hasta la de la niña.
La ausencia de sombreado o volumen remite a un ejercicio de observación pura, donde la economía de medios busca capturar la esencia de la pose más que el detalle anatómico. A pesar de su aparente sencillez, el dibujo transmite una fuerte carga emocional. Las figuras no se miran entre sí, pero comparten un mismo espacio. La cercanía física sugiere vínculo o complicidad, mientras que la diferencia en la dirección de las miradas puede interpretarse como distancia interior o introspección. La anciana mira hacia abajo; la niña mira firme hacia el frente. En Gallardo no hay casualidades.
El gesto sereno, casi melancólico de los rostros, confiere al conjunto una atmósfera de silencio y reflexión. No hay dramatismo ni tensión; más bien, un equilibrio emocional que habla de cotidianidad, ternura y humanidad. Su aparente sencillez esconde una sofisticación conceptual: la voluntad de mirar sin invadir, de traducir sin imponer. En su trazo, el espectador percibe la respiración de los cuerpos, la pausa entre dos presencias que comparten el mismo espacio y el mismo silencio.
Firmado en 1968, este dibujo se sitúa en una etapa en que muchos artistas costarricenses, incluido Gallardo, exploraban el dibujo como fundamento expresivo, más allá del mero estudio técnico. En esos años, en Costa Rica, el dibujo se consolidaba como un lenguaje autónomo dentro del arte moderno local, y Gallardo formaba parte de esa corriente que privilegiaba la línea como pensamiento visual. Es curioso que aparezca detalladamente la fecha, lo que hace pensar en un trabajo casi documental, un registro de un instante vivido, una nota visual tomada del natural.
Gallardo es poesía, es admiración por la gente, por los más humildes, es amor por el ser humano. En cada trazo suyo hay respeto, comprensión y verdad. Su mirada no embellece ni idealiza, sino que revela: muestra lo esencial que habita en lo sencillo, la dignidad que se oculta en los gestos cotidianos.
Ver este dibujo fue, en cierto modo, reencontrarme con esa manera de mirar el mundo que el arte pocas veces conserva: la que no pretende poseer, sino entender. Porque Gallardo, más que dibujar, escucha con los ojos. Y en ese silencio que deja entre sus líneas, uno puede oír todavía el murmullo de la vida.
