El artista en el espejo: el autorretrato de Enrique Echandi

El artista en el espejo: el autorretrato de Enrique Echandi

Autor: José Ortiz Follow // Tiempo de lectura 14 min

Hace ya varios años el periódico La Nación publicó una serie de reproducciones de obras de arte costarricense denominada “Costa Rica en lienzo y papel”, en su momento fueron toda una novedad y llegaron a decorar muchos de los hogares costarricenses de esa época. Por alguna razón, varias llegaron a los pasillos del quinto piso del Hospital Dr. Rafael Angel Calderón Guardia y se mantuvieron allí por muchos años, siendo testigos de momentos de dolor, angustia, incertidumbre pero también de la alegría que siente una madre al ver a su hijo recién nacido. Uno no se imagina lo que el arte puede hacer en las personas que pacientemente esperan una cirugía o el resultado de una biopsia. Nunca faltaba algún comentario sobre La Gran Ventana de Amighetti, la guajira de Manuel de la Cruz, los paisajes de Span y la exquisita Vendedora de lotería de Don Jorge Gallardo. Sin embargo, en uno de los cuartos del fondo, al final del pasillo, había una obra que siempre llamaba la atención y generaba todo tipo de interpretaciones: el autorretrato de Enrique Echandi. 

Enrique Echandi fue el primer pintor verdadero que tuvo Costa Rica y de acuerdo a Don Carlos Francisco Echeverría “su entrega, su dedicación y su maestría en la pintura no hayan sido superadas todavía”. Así de grande es Don Enrique. Nacido en 1866, muy pronto descubrió su habilidad por la pintura y fue discípulo del inglés Enrique Etheridge, sin embargo, no logró saciar su deseo de aprender y en 1886 viaja a Alemania e inicia estudios de pintura en Leipzig y un año después se traslada a Munich. Como claramente lo explica el mismo Don Carlos “…el rigor de la academia alemana encajó perfectamente en su carácter. Y no solamente el rigor, sino también el estilo. La academia alemana, a diferencia de la francesa y la italiana, se caracterizaba por un cierto desdén hacia lo clásico y lo neoclásico, y por una mayor inclinación hacia el romanticismo, el realismo y el barroco”.

Al poco tiempo de regresar a Costa Rica tuvo su primer encuentro con la realidad.

En 1897 pintó la Quema del mesón, para algunos una obra maldita que marcó la carrera de un gran artista. En ella, Juan Santamaría fue representado como un mulato de cabello rizado, descalzo, ensangrentado y dando fuego al mesón con una larga caña y una mueca agónica. La obra fue destrozada por los críticos de la época e incluso Juan Vicente Quirós, dueño de La República escribió sobre el cuadro: “no solo es reprochable desde el punto de vista artístico, sino también desde el punto de vista patriótico y, como muchos otros del salón, debería ser condenado sin misericordia a las llamas”. La imagen que Don Enrique había creado estaba muy lejos del ideal triunfalista de la época y eso cayó muy mal en una sociedad que estaba aturdida por el imaginario europeo.

Poco tiempo después, y a pesar de que Echandi había hecho una propuesta para fundar la Escuela de Bellas Artes, los líderes de aquel entonces consideraron que “un país joven como Costa Rica necesita más que artistas, buenos agricultores que sepan como hacer producir una manzana de frijoles”. A propósito de ese hecho, Francisco Amighetti algunas vez externó su opinión: “la teoría de que en estos países americanos hay primero que dedicarse a las cosas elementales antes que al arte no va con el espíritu de muchos hombres cuyo destino es más fuerte que las conveniencias, es por esto que Echandi no abandona sus armas tan frágiles como lo son los pinceles, sigue encariñado al caballete, todo entendimiento, todo conciencia, todo obediencia a su vocación de artista”. Dicho esto, lejos de amargarse frente a ese nuevo tropiezo continuó trabajando en la enseñanza de manera silenciosa y continua como profesor de dibujo en el Liceo de Costa Rica.
Echandi se esforzaba por darse a conocer no solo tomando parte en certámenes, sino también exhibiendo sus obras en las vitrinas de los negocios de la época. Cabe mencionar un evento en particular que realizó junto a Ezequiel Jiménez que incluía paisaje, alegorías y retratos, que se mostraban con elegante simplicidad en las vitrinas de la Botica Mariano Jiménez, por supuesto, no lograron vender ningún cuadro. Enrique Echandi solamente tuvo dos importantes exposiciones en vida: una compartida con Tomás Povedano en 1950, organizada por el Museo Nacional de Costa Rica y la retrospectiva de sus óleos y dibujos en la Casa del Artista, en marzo de 1956.
Durante sus años de carrera su obra se caracterizó por paisajes, bodegones, retratos y algunos cuadros costumbristas, pero sin duda, los retratos son los que dejan ver su excelencia como pintor. El retrato fue un símbolo de estatus económico y social; por ello no es casual que la mayoría de pinturas sean de personajes masculinos y no femeninos. Para que Echandi se convirtiera en un pintor reconocido tuvo que dedicarse mucho tiempo a pintar amigos y familiares para demostrar su capacidad y ganarse poco a poco el tan codiciado prestigio. En general, los personajes retratados por Echandi aparecen desprovistos de accesorios, contra fondos oscuros y neutros, muy al estilo de la escuela alemana.

El retratado es visto de perfil, desde la altura del pecho. La concentración de Echandi en la psicología de estos personajes, tal como se refleja en sus rostros, es inusual aún en entre los mejores retratistas. A pesar de su innegable capacidad, Echandi no llega a ser el pintor de la burguesía ascendente, enriquecida por el cultivo y la exportación de café. Es cierto que realiza algunos retratos por encargo, pero los oligarcas prefieren seguir la corriente de moda, más neoclásica, superficial, cargada de detalles y generosa con los mecenas de la obra.

¿Y porqué es tan significativo el autorretrato de Enrique Echandi? Se trata de una obra fundacional en la historia del arte costarricense que hoy forma parte de la colección del Banco Central de Costa Rica. Es uno de los autorretratos conocidos de mayor antigüedad en nuestro país y establece un precedente acerca de una forma particular de asumir la creación artística, como una profesión digna de ser registrada para la posteridad a través de un retrato. Puede que un artista nunca haya hecho un paisaje o un bodegón pero son poquísimos los que no han caído en la tentación de hacer un autorretrato. A diferencia de otras obras el autorretrato no cuenta con el cliente que encarga y paga, el mercado del autorretrato es muy restringido, a pocos les interesa comprar el autorretrato de otro. La mayoría de artistas son movidos por el deseo de conocerse a si mismos, no solo desde lo físico, sino también desde el punto de vista sicológico. Los autorretratos de Rembrandt, Goya, Munch y Van Gogh son ejemplos de introspección y de una profunda necesidad de conocerse, no corrigen, no idealizan, aceptan la fealdad, la enfermedad y la vejez. 

Autorretrato de Enrique Echandi

Aunque la pintura no está fechada, se cree que pudo haber sido realizada cerca del año 1891, momento en el que Enrique Echandi regresó al país tras haber concluido su formación artística en el extranjero. Este autorretrato parece ser una forma de mostrar y afianzar ante sí y ante los demás su nueva posición de pintor, hacía patente que ya no pertenecía al grupo de artistas autodidactas que prevalecían en el país. Hay varios detalles que que no pueden dejarse pasar: es significativo que sea una pintura al óleo, técnica que tradicionalmente se reservaba para la realización de las “obras importantes”. Además, la pieza mide 66,2 cm de altura por 50 cm de ancho, un tamaño considerable para la época. Igual de importante es el modo como se presenta a sí mismo. Con la rigurosidad propia de la academia, se representa con sombrero, pinceles y paleta en mano. Este instrumental es indispensable para pintar al aire libre, práctica que no era frecuente en la Costa Rica de finales del siglo XIX. Consecuentemente, en esta obra subyace una especie de declaración de principios en la que el artista se define a partir de sus afinidades estéticas y dignifica su quehacer.

Enrique Echandi es el primero en imponer una conducta artística profesional en el país, marcando un antes y un después, para Luis Ferrero es notable el hecho de que pasó toda su vida en el ejercicio de acciones honestas y grandes, sin otro objetivo que hacer el bien a su patria y servirla en todo momento, lo hizo con su obra artística, con su pasión ·por la música y con su palabra. Echandi tenía claro que la verdadera libertad no existe sin disciplina. Por eso se disciplinó para pintar, lo que le permitió construir una carrera en una Costa Rica que le resultó adversa. Su retrato marca un punto de partida, un pilar sobre el cual se construyó la leyenda de un gran artista y que más de 100 años después sigue maravillando a los que logran apreciarla, en este caso como una humilde reproducción litográfica en en el último cuarto de un hospital público.

 

Regresar al blog

Deja un comentario

Ten en cuenta que los comentarios deben aprobarse antes de que se publiquen.