El artista en el espejo: el autorretrato de Enrique Echandi
Autor: José Ortiz · Follow // Tiempo de lectura 14 min
Hace ya varios años el periódico La Nación publicó una serie de reproducciones de obras de arte costarricense denominada “Costa Rica en lienzo y papel”, en su momento fueron toda una novedad y llegaron a decorar muchos de los hogares costarricenses de esa época. Por alguna razón, varias llegaron a los pasillos del quinto piso del Hospital Dr. Rafael Angel Calderón Guardia y se mantuvieron allí por muchos años, siendo testigos de momentos de dolor, angustia, incertidumbre pero también de la alegría que siente una madre al ver a su hijo recién nacido. Uno no se imagina lo que el arte puede hacer en las personas que pacientemente esperan una cirugía o el resultado de una biopsia. Nunca faltaba algún comentario sobre La Gran Ventana de Amighetti, la guajira de Manuel de la Cruz, los paisajes de Span y la exquisita Vendedora de lotería de Don Jorge Gallardo. Sin embargo, en uno de los cuartos del fondo, al final del pasillo, había una obra que siempre llamaba la atención y generaba todo tipo de interpretaciones: el autorretrato de Enrique Echandi.
Al poco tiempo de regresar a Costa Rica tuvo su primer encuentro con la realidad.
En 1897 pintó la Quema del mesón, para algunos una obra maldita que marcó la carrera de un gran artista. En ella, Juan Santamaría fue representado como un mulato de cabello rizado, descalzo, ensangrentado y dando fuego al mesón con una larga caña y una mueca agónica. La obra fue destrozada por los críticos de la época e incluso Juan Vicente Quirós, dueño de La República escribió sobre el cuadro: “no solo es reprochable desde el punto de vista artístico, sino también desde el punto de vista patriótico y, como muchos otros del salón, debería ser condenado sin misericordia a las llamas”. La imagen que Don Enrique había creado estaba muy lejos del ideal triunfalista de la época y eso cayó muy mal en una sociedad que estaba aturdida por el imaginario europeo.
El retratado es visto de perfil, desde la altura del pecho. La concentración de Echandi en la psicología de estos personajes, tal como se refleja en sus rostros, es inusual aún en entre los mejores retratistas. A pesar de su innegable capacidad, Echandi no llega a ser el pintor de la burguesía ascendente, enriquecida por el cultivo y la exportación de café. Es cierto que realiza algunos retratos por encargo, pero los oligarcas prefieren seguir la corriente de moda, más neoclásica, superficial, cargada de detalles y generosa con los mecenas de la obra.
¿Y porqué es tan significativo el autorretrato de Enrique Echandi? Se trata de una obra fundacional en la historia del arte costarricense que hoy forma parte de la colección del Banco Central de Costa Rica. Es uno de los autorretratos conocidos de mayor antigüedad en nuestro país y establece un precedente acerca de una forma particular de asumir la creación artística, como una profesión digna de ser registrada para la posteridad a través de un retrato. Puede que un artista nunca haya hecho un paisaje o un bodegón pero son poquísimos los que no han caído en la tentación de hacer un autorretrato. A diferencia de otras obras el autorretrato no cuenta con el cliente que encarga y paga, el mercado del autorretrato es muy restringido, a pocos les interesa comprar el autorretrato de otro. La mayoría de artistas son movidos por el deseo de conocerse a si mismos, no solo desde lo físico, sino también desde el punto de vista sicológico. Los autorretratos de Rembrandt, Goya, Munch y Van Gogh son ejemplos de introspección y de una profunda necesidad de conocerse, no corrigen, no idealizan, aceptan la fealdad, la enfermedad y la vejez.
Autorretrato de Enrique Echandi
Aunque la pintura no está fechada, se cree que pudo haber sido realizada cerca del año 1891, momento en el que Enrique Echandi regresó al país tras haber concluido su formación artística en el extranjero. Este autorretrato parece ser una forma de mostrar y afianzar ante sí y ante los demás su nueva posición de pintor, hacía patente que ya no pertenecía al grupo de artistas autodidactas que prevalecían en el país. Hay varios detalles que que no pueden dejarse pasar: es significativo que sea una pintura al óleo, técnica que tradicionalmente se reservaba para la realización de las “obras importantes”. Además, la pieza mide 66,2 cm de altura por 50 cm de ancho, un tamaño considerable para la época. Igual de importante es el modo como se presenta a sí mismo. Con la rigurosidad propia de la academia, se representa con sombrero, pinceles y paleta en mano. Este instrumental es indispensable para pintar al aire libre, práctica que no era frecuente en la Costa Rica de finales del siglo XIX. Consecuentemente, en esta obra subyace una especie de declaración de principios en la que el artista se define a partir de sus afinidades estéticas y dignifica su quehacer.