El arte de creer antes que el mundo lo haga

El arte de creer antes que el mundo lo haga

Autor: José Ortiz Follow // Tiempo de lectura 6 min 

Creo firmemente que comprar arte a artistas jóvenes es una de las formas más poderosas de afirmar que el arte importa. No solo se trata de adquirir una pieza estética, sino de apostar por una visión del mundo en formación, por una sensibilidad aún en proceso de maduración, por una voz que comienza a resonar en el espacio cultural. A lo largo de los años, he visitado talleres, galerías y exposiciones de todo tipo, y algunas de las experiencias más memorables y enriquecedoras han surgido precisamente del contacto con artistas emergentes, que apenas están dando sus primeros pasos en el mercado del arte.

He escuchado muchas veces, de boca de otros coleccionistas, comentarios despectivos que buscan descalificar este tipo de adquisiciones. Me han dicho que estoy “ensuciando” la colección, que por qué compro esas “tonteras” y otros adjetivos que no vale la pena repetir. Sin embargo, lo cierto es que muchas de esas “tonterías” que adquirí por puro instinto, por emoción o por una conexión inmediata con la obra, hoy son consideradas piezas germinales de artistas que han alcanzado reconocimiento y cuyas obras ahora cuelgan en las paredes de colecciones institucionales o privadas de gran prestigio. Ese es uno de los grandes placeres de coleccionar arte joven: ser testigo del nacimiento y evolución de una carrera artística.

Para algunos, comprar arte emergente es una especie de juego especulativo, un intento por descubrir la “futura estrella” y obtener una ganancia. Creo que ahí reside uno de los errores más grandes que se pueden cometer. El arte no debería comprarse con la expectativa de obtener un rédito económico, sino con la disposición de conectar con una obra que nos conmueva, nos cuestione o nos inspire. Comprar arte joven, entonces, no es una apuesta económica, sino una inversión emocional e intelectual.

José Ortiz y Mario Kolomiets

Cuando se adquiere una obra de un artista consolidado, el camino ya está trazado. Conocemos su biografía, sus exposiciones, la evolución de su estilo, e incluso el lugar que ocupa en la historia del arte. Su trabajo ha sido validado por curadores, críticos y coleccionistas. Pero con los artistas emergentes ocurre lo contrario: todo está por construirse. Y esa es precisamente la belleza del proceso. Lo primero, claro, es saber dónde encontrar estas propuestas. Las exposiciones de graduación, ferias alternativas, proyectos autogestionados, colectivos artísticos y espacios independientes suelen ser excelentes puntos de partida. Allí es posible descubrir obras frescas, sin filtros, sin el peso del mercado ni de las expectativas institucionales.

Luego viene el acercamiento al artista, que no siempre es fácil. En muchos casos basta con buscar en redes sociales o en Google para dar con un correo electrónico o perfil de Instagram. Pero hay ocasiones en que dar con el autor de una obra se convierte en un capítulo de una serie de televisión. Recuerdo lo que me pasó con Wendell Rivera, quien entonces usaba el nombre de Artbrut_wrn en sus redes sociales, contactarlo fue toda una experiencia. Me impactó profundamente una pequeña pintura sobre tela cruda que representaba a Cristo con la corona de espinas. Era una imagen conmovedora, cargada de emoción, que me generó una inesperada compasión. Después de algunos intentos logré contactarlo, y así comenzó una amistad que aún perdura. Algo similar me sucedió buscando arte urbano en medio de la pandemia. Buscaba junto con mi hijo mayor alguna obra para colgar en su cuarto y descubrimos una imagen que de inmediato nos llamó la atención. Por insistencia de mi hijo contactamos a un artista del que nunca habíamos escuchado: @elmismolucho, quien en medio de la pandemia llegó a entregarlos la obra que le habíamos comprado. Una persona amable, apasionado por el arte, muy seguro de su trabajo y que con los años llegaría a ser cofundador de Masa Crítica.

"Ningún Cristo muere con una sonrisa", Wendell Rivera

Ese primer contacto con un artista joven puede ser una experiencia reveladora. A veces percibo cierta desconfianza, una actitud cautelosa que es completamente comprensible, sobre todo si se tiene en cuenta la imagen elitista y distante que muchos coleccionistas han proyectado durante décadas. Pero una vez roto ese hielo, se abre un espacio único de diálogo y aprendizaje. Conocer de primera mano el proceso creativo, las motivaciones y referencias de un artista en formación es un privilegio que muy pocos se permiten. Es ser testigo del germen de una obra futura, del pensamiento detrás de la imagen, de la lucha interna que hay detrás de cada trazo.

José Ortiz y Wendell Rivera

Hace poco tuve la oportunidad de asistir a una exposición de Gabriela Serrano en la Escuela Casa del Artista. Llegué temprano y pude conversar con ella sobre su proceso creativo, su motivación, su búsqueda conceptual. Fue una charla valiosísima que me permitió entender su obra en toda su profundidad, más allá de lo visual. Y eso es algo que siempre recomiendo: perder el miedo a hablar con los artistas, a expresar nuestro interés, a hacer preguntas. La mayoría de los artistas jóvenes están ávidos de compartir, de dialogar, de recibir una mirada sincera sobre su trabajo.

Cuando adquirimos obra de un creador emergente, estamos contribuyendo al sostenimiento de una comunidad artística que, muchas veces, opera en condiciones precarias. Estamos ayudando a que existan más exposiciones, más talleres, más oportunidades. En cierto modo, estamos apostando por la continuidad del arte como fuerza cultural viva. En resumen, es creer en la semilla antes que se convierta en árbol.

Sí, puede ser difícil decidirse a comprar una obra de alguien cuya trayectoria aún no ha sido escrita. Pero creo que ahí reside el mayor valor de esta práctica. Hay que dejarse llevar por lo que nos mueve, por lo que nos genera una emoción auténtica, por lo que nos conecta con una parte profunda de nosotros mismos. En última instancia, ese es el verdadero valor del arte: su capacidad de hacernos sentir, de conmovernos, de permanecer con nosotros mucho después de haberlo contemplado.

José Ortiz y Jose Montero en la exposición "Mascaradas" en el Museo de San Ramon
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