Dinorah Bolandi en las palabras de Carmen Naranjo

Dinorah Bolandi en las palabras de Carmen Naranjo

Autor: José Ortiz Follow // Tiempo de lectura 8 min

Carmen Naranjo es una de las escritoras costarricenses más importantes del siglo XX. Una mujer incansable con una trayectoria destacada en la función pública y en la vida cultural del país. Tuvo interés por el dibujo y durante algunos años fue alumna de Dinorah Bolandi, lo que dio pie a una amistad sincera. Hace 41 años, en 1983, Doña Carmen publica en la Revista Escena un artículo denominado Dinorah Bolandi: un caso extraordinario. Probablemente en ese momento pasó desapercibido para muchos, sin embargo, hace unos meses buscaba documentar una obra de Doña Dinorah y me topé con esa particular publicación. Se trata de un documento de una exquisita lectura y que permite ver no solamente las habilidades de la escritora, sino también el carácter de la artista. Se siente admiración y respeto y resulta imperdible para cualquier que admire el arte de este país. Debido a esto, me atreví a compartir algunos pasajes que considero dignos de destacar y que espero motiven a algún lector para que revise el artículo completo.

Basta con iniciar la lectura y queda claro cual cuál va a ser la tónica de la entrevista: “… si fuese por la misma Dinorah, nadie sabría de ella, ni de su pintura. Callada, inteligente, sensible, prefiere el silencio a la bulla, prefiere el nombre al renombre, prefiere trabajar en paz, por el placer de hacerlo, sin exhibir, ni buscar reconocimientos, ni crearse problema alguno que no sea el de su verdadera vocación a la más absoluta sencillez”.

Hija de Don Walter Bolandi, músico y cineasta, y de Doña Marina Jiménez, pianista destacada, Bolandi encontró un hogar que estimuló su sensibilidad y que la permitió tener la oportunidad de compartir con múltiples personajes de la escena cultural e incluso, de recibir clases de pintura con artistas de la talla de Don Fausto Pacheco.

Luego, Doña Carmen continúa relatando la vida de Bolandi: “deseosa de saber más, sus padres la enviaron a Estados Unidos. Ahí hizo sus estudios secundarios, pero no pudo pintar. El paisaje plano de Oklahoma la desesperaba. Le hacían falta sus montañas, nuestras montañas. Decide no regresar todavía y viaja a Nueva York, con el deseo de ver la pintura grande. La gran ciudad la absorbe, aprende en las calles, en los museos, en las galerías, en la Liga de Arte y en los estados libres en que dibujaba y creaba. Para sostenerse, trabajaba en lo que podía”. Nueva York fue un verdadero aprendizaje para Dinorah, ya que es ahí donde tiene la oportunidad de ver arte y la actividad artística, se va formando y madurando tanto en el oficio como en el sentido crítico. Ella misma decía: “… las técnicas y la forma de hacer las cosas, se aprenden en los libros. El sentido crítico sólo se aprende viviendo mucho y observando más”.

 

Después de 11 años regresa a Costa Rica, trabaja en fotografía y artes gráficas. Pasa en este último campo dos años trabajando en Chile y regresa de nuevo, para dedicarse a enseñar y pintar.

Algo que resulta admirable es como Doña Carmen logra retratar el pensamiento de la artista a partir de una frase: “cuando pinto, con un color muy tenue, recorro la tela acostumbrándome a sus límites, sintiéndola, liberándome del miedo, buscando el punto de partida”. A partir de ahí continúa con su análisis certero: “Esta confesión de miedo ante el comienzo, nos revela el hecho de que por más dominio que tenga un artista de las técnicas y la composición, siempre un nuevo espacio representa la incertidumbre del encuentro con el acierto”.

Siempre se ha hablado del sentido crítico de Bolandi: “Soy exigente, pero no más que cualquier persona que trata de expresarse por medio del arte. Al mayor esfuerzo y rigor se le escapan imperfecciones. Años después con asombro las descubrimos. Sólo tengo el sentido crítico que todo artista necesita para guiar su producción. Mi mejor crítico es la obra lograda, por eso prefiero conservarla”.

Un punto alto de la entrevista es cuando Doña Carmen le pregunta sobre la diferencia entre sus paisajes y retratos: “Hay diferencia entre mis paisajes y retratos. En el paisaje, un árbol puede ser un triangulito verde que parezca un árbol. Pero todavía no he podido hacer un óvalo azul o negro que se convierta en una morada profunda e inquietante que acentúe la personalidad del modelo”.

A partir de este punto, el artículo valora la labor de Bolandi y la coloca en su justo lugar: “Es indiscutible que en el arte de Dinorah se ha conjugado la disciplina, el razonamiento estricto, depurado y serio, con la emoción que ella trasmite al crear una obra de arte. Logra un balance perfecto entre oficio y creación, entre forma y contenido, entre rigor y sentimiento. Su obra gira y es una composición total, que no admite el relleno ni la improvisación. El detalle es importante porque también participa y forma parte del todo. Por eso Dinorah trabaja cada espacio con la misma intensidad e interés, cada pincelada está meditada”.

En todo el texto es evidente que Doña Carmen emite un juicio preciso sobre alguien que conoce a profundidad: “síntesis y ritmo son las palabras claves para contemplar y admirar su obra. Además: honestidad. Todos sabemos que Dinorah dirá honestamente lo que piensa ante su pintura y la de otros. Y su pensamiento enriquece porque está lleno de poder de análisis. Detrás de sus cuadros se siente la música y la danza. Sus montañas bailan belleza. Sus árboles se mueven con ritmo. Sus nubes caminan en el cielo. Su cesta se desplaza armoniosamente. Sus calas danzan en juego de colores claros y los lirios se abren como si el viento los alcanzara. Todo tiene una fuerza de imán que hace inolvidables sus cuadros”.

 

 

Y a la pregunta de qué busca Dinorah en sus paisajes responde: “mis paisajes son una síntesis de elementos que encuentro en la naturaleza y trato de ordenar armoniosamente. La montaña es difícil de captar. Por su magia. No hay dos días en la vida de una montaña que se parezcan. Cuando pienso que la he logrado, desaparece, al final, queda su espíritu, el gesto del momento. Hablo de la montaña que me atrae, me rodea. Pero todo en la vida es mágico, inestable, en constante transformación. Y así es una persona, igual que la montaña.”

Como coronario de su texto, no escatima adjetivos para la obra de Bolandi: “Realmente el caso de Dinorah Bolandi es extraordinario, por su enorme capacidad creativa, por su profundidad, acierto en el arte y en la crítica, y por tenerla sin cuidado algo que altere su vocación a la vida sencilla, sin preocuparse jamás por el elogio momentáneo o el reconocimiento circunstancial”.

Este texto es evidencia de una época en que dos grandes mujeres tuvieron la oportunidad de que sus vidas se cruzaran, surgiendo una amistad que perduraría por muchos años. Carmen Naranjo y Dinorah Bolandi son dos personajes indispensables en la historia de la cultura costarricense, ejemplos de dedicación y disciplina, que las llevaron a niveles extraordinarios y a forjar un legado que aún perdura y que debe darse a conocer a las nuevas generaciones.

Basado en:

Naranjo, Carmen. Dinorah Bolandi: un caso extraordinario, Escena: Revista de las Artes, Vol. 10, Núm. 2 (1983).

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