Cuando lo feo es bello

Cuando lo feo es bello

Autor: José Ortiz Follow // Tiempo de lectura 11 min 

Colgando en una pared, en un sitio de privilegiado, se encuentra un dibujo de Don Fernando Carballo: Una madre cargando a su hijo, deforme, si se quiere grotesca, mirando al horizonte, melancólica, llena de drama y dolor; en sus brazos, un niño durmiendo, sus ojos parecen cuencas vacías, el conjunto tiene un dramatismo que se acentúa por una paleta fría, hay tristeza, sin embargo, llama la atención la mano fuerte que arropa al niño, en medio del dolor hay compasión, hay esperanza.

"Maternidad IV", Fernando Carballo 1969 

Con esa imagen en mi cabeza y pensando en las miles de formas en que se ha representado la maternidad, es válido preguntarse como una obra de este tipo puede resultar atractiva e incluso llegar a mostrarse orgullosa en una pared.

Para empezar, hay que tratar de establecer porqué lo bello nos parece atractivo. En primer lugar, la noción de lo "feo" desafía las normas tradicionales de belleza. Al hacerlo, invita a la reflexión sobre lo que consideramos atractivo y por qué lo vemos así. Para la periodista Empar Prieto “la atracción por las cosas estéticamente horrendas parece intrínseca a la existencia de la belleza y a su culto”. Fueron, en su opinión, las vanguardias artísticas del siglo XX, expresionistas y surrealistas, las que aceptaron plenamente la fealdad como modelo de belleza, por su fuerza de denuncia social y su impacto al oponerse al estereotipo clásico”. El término grotesco se comienza a utilizar en el siglo XIV luego del descubrimiento de pinturas ornamentales dentro de unas grutas en Italia (grotta). El enfoque estético de la época, centrado en la representación de lo bello, vio lo grotesco como una como una muestra de rebeldía, un acto de inconformidad.

El arte grotesco siempre tubo cabida durante toda la historia del arte. En el arte del medievo se representaban criaturas abominables y seres amorfos y es claro que nuestra visión del infierno no sería la misma sin las creaciones de El Bosco o los grabados de Goya. Para Lucía Vidales “deformar algo es desacralizarlo, profanarlo y poner en manifiesto su carácter contingente. Si el mundo aparece deformado, implica que no es estable ni permanente bajo el orden en que se presenta; con ello se abre un imaginario de posibilidades pertinente tanto estética como política y culturalmente”. En su libro ¿Porqué el Arte se volvió feo?, Hicks pone algunos ejemplos que muestran como una obra puede reflejar una realidad que no es bella.

El grito de Munch (1893) hace patente que si la verdad es que la realidad es una “horrorosa espiral desintegrándose”, entonces, tanto la forma como el contenido deben expresarlo así. El Arte comienza a preocuparse por representar una realidad y hacerla patente, sin importar si esa realidad es bella o grotesca.

"Vida y Muerte", Manuel de la Cruz González 1965

Para Agamben, el arte contemporáneo “… fija la mirada en su tiempo, para percibir no la luz, sino la oscuridad”. El arte contemporáneo busca visualizar la realidad de su entorno, no solamente lo que sale a plena luz, sino también lo que se mantiene oculto, lo oscuro. En Costa Rica ese afán se hace evidente en algunas obras de Manuel de la Cruz González como Vida y Muerte de 1965, en la cual la muerte se representa como un esqueleto que corteja a una mujer que sostiene una manzana. En esa misma época, Fernando Carballo realiza sus primeros de dibujos con tintas offset, recreando personajes deformes, voluptuosos, dramáticos, con grandes extremidades y cabezas pequeñas, monstruos que explotan en sentimiento y drama.

Según lo apunta Ericka Solano en su artículo sobre la neofiguración en Costa Rica, el artista José Miguel Rojas considera que la estética de lo grotesco es una de las consecuencias de la I Bienal Centroamericana de Pintura y la influencia de de Marta Traba. En Latinoamérica lo grotesco es abordado desde la neofiguración por el mexicano José Luis Cuevas con sus dibujos de La condición humana (1954—1956), el guatemalteco Arnoldo Ramírez Amaya con obras como Sobre la libertad como El dictador y sus perros fieles (1974), el venezolano Jacobo Borges, los colombianos Alejandro Obregón y Luis Caballero, así como los artistas nacionales Francisco Amighetti, el grabador Juan Luis Rodríguez, Fernando Carballo y Carlos Poveda.

"Friso de los observadores observados", Francisco Amighetti 1972

El caso de Amighetti es sobresaliente, obras como Paloma blanca de 1988, Hombre y máscaras (1975) o la muy popular Conflicto entre gato y niño (1969) son ejemplos de la necesidad del artista por expresar emociones y sentimientos. El dolor, el miedo y la muerte son temas fundamentales a lo largo de los años. Para Willy Montero “el acento del interés por el expresionismo vino como una derivación de una mayor conciencia respecto del quehacer de los artistas, una influencia que él pudo ver tardíamente en Alemania”. Amighetti hizo uso de la estética de lo feo, para que a través de lo grotesco y dramático se pudiera llegar más a fondo a la esencia del ser humano.

Juan Luis Rodríguez es considerado unos de los precursores de la contemporaneidad en nuestro país. Entre 1960 y 1972 logró palpar las corrientes de vanguardia artística europea, en especial el arte matérico, arte povera, minimalismo e informalismo. Siempre ha sido enfático en que la obra de un artista debe mostrar coherencia con el pensamiento y con la realidad que lo rodea, además de que la materia que seleccione debe ser afín al tema. Desde sus dibujos impresos para el libro Crónicas cabécar hasta su legendaria Familia Cosquillitas se pueden encontrar claros ejemplos de su compromiso social y su necesidad de ser auténtico, más allá de lo estético.

A finales de los 60 surge una figura que dejaría una huella profunda en el dibujo costarricense. Carlos Poveda decide presentarle a un grupo de artistas de la época sus dibujos con personajes deformes, contorsionados, llenos de misterio, los cuáles se convertirían en iconos de un período. Mencionar alguno en específico sería injusto y vale la pena asomarse en su página de Facebook en dónde muestra muchísimos de ellos. También vale la pena destacar los dibujos de Otto Apuy publicados en su libro Diabólica de 1979, un ensayo en dónde se plasma una figuración que va desvaneciéndose entre líneas y manchas.

 

Portada de Diabólica de Otto Apuy 1979
Tiempo después Héctor Burke comienza a construir todo un imaginario en el que busca recrearse él y el mundo que lo rodea: “… en mi obra pretendo abarcar todos los sentimientos humanos. No niego nada” y bajo esa premisa Burke deja a un lado los cánones de belleza y se preocupe por expresar lo que siente, por mostrar en este caso su mundo interior.

José Miguel Rojas en 1989 expone Imágenes del Poder en la Galería Nacional de Arte Contemporáneo, retomando la iconografía de Los Insepultos que había sido expuesta en el 84, evocando víctimas y victimarios con un lenguaje neofigurativo, con personajes distorsionados, fantasmagóricos, pero que son reconocibles, convirtiéndose en una fuerte propuesta política y social. Algunos años después, Manuel Zumbado expone en el Museo del Banco Central su bestiario, perros en una lucha encarnecida, cerdos que deambulan por la ciudad, figuras que lejos de querer mostrar un personaje buscan expresar un sentimiento.

Aún hoy, algunos artistas jóvenes siguen buscando en lo grotesco la respuesta a su necesidad de expresar su forma de pensar y sus sentimientos, lo cual se hace manifiesto en algunas obras de Sofía Ruiz o Jesús Mejía, o bien, algunos artistas emergentes como Lucho Castro, que captan imágenes cotidianas y las transforman en figuras dramáticas, que sufren, que ríen, que viven, sin apegarse estrictamente a los cánones estéticos y morales, sino más bien, preocupándose por plasmar un momento, una sensación.

A la izquierda "Juego", Carlos Poveda 1963, A la derecha "Viaje de pie en el metro", Lucho Castro 2023. 

A lo largo de la historia del arte lo feo ha sido una forma profunda de ver la realidad y nuestro país no ha sido la excepción. En Latinoamérica la estética de lo grotesco se ha convertido en un acto de rebeldía y en medio de una sociedad en que la imagen reina y la estética es moda, el arte de los feo se sostiene como una manifestación de principios en que que se antepone el mensaje por encima de cualquier canon.

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1 comentario

Es muy bueno encontrar un análisis tan detallado sobre la importancia de la estética de lo grotesco en el arte costarricense, como artista, me he enfocado precisamente en este tipo de expresiones, ya que considero que tienen una capacidad única para captar la esencia humana en sus facetas más complejas y profundas. Lo grotesco es una herramienta poderosa para explorar el dolor, la vulnerabilidad y las contradicciones de la existencia. Coincido en que en nuestra región, este enfoque sigue siendo poco valorado, pero su fuerza radica en su autenticidad y en su capacidad de confrontar al espectador con verdades incómodas. En mi trabajo, intento dar voz a esos sentimientos y perspectivas que a menudo se ocultan tras los cánones tradicionales de belleza. El arte después de todo no solo debería deleitar, sino también cuestionar y trascender lo superficial

Sergio Duran

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