¿Cómo entender el valor de una obra de Arte?

¿Cómo entender el valor de una obra de Arte?

Autor: José Ortiz Follow // Tiempo de lectura 5 min

A veces uno se da la vuelta en un museo y lo primero que se le viene a la mente es: ¿estaré yo tan perdido?, ¿qué están viendo en estas obras que yo no logro identificar?, ¿será que simplemente no tengo idea de lo que es una buena obra de arte? Creo que la respuesta tiene de todo un poco. Como decía John Berger, “la manera en que vemos las cosas está afectada por lo que sabemos o creemos” (Berger, 1972, p. 8). No se trata entonces de ignorancia, sino de marcos de interpretación distintos. Con esto claro, vamos a tratar de aclarar un poco las ideas.

Lo primero que hay que tratar de establecer es cómo se define una obra de arte, y es en ese punto que empiezan los problemas. En términos generales, una obra de arte es una creación humana que se considera estética o emocionalmente valiosa. Pero esa valoración no ocurre en el vacío. Como sostenía Arthur Danto, algo se vuelve arte no solo por su apariencia, sino porque entra en el discurso del mundo del arte (Danto, 1981). Es decir, porque tiene contexto, historia y teoría que la sostienen. En el Renacimiento el arte se centró en la representación realista del cuerpo humano y la naturaleza, siguiendo cánones clásicos de proporción y armonía. En el siglo XX, movimientos como el dadaísmo y el arte conceptual desafiaron las nociones tradicionales de arte, cuestionando la importancia del objeto físico y destacando la idea detrás de la obra. Esta ruptura abrió camino a nuevas formas de expresión artística que priorizan el concepto sobre la estética tradicional: un banano pegado con cinta adhesiva puede venderse por cientos de miles de dólares y las redes sociales amplifican ciertas obras por su impacto visual más que por su contenido.

El determinar que una obra de arte es “buena” debería exigir más que una apreciación subjetiva; implica un análisis informado y riguroso de diversos aspectos formales, conceptuales, históricos y contextuales. Si bien el juicio estético tiene una dimensión inevitablemente personal, la crítica de arte debería apoyarse en criterios estructurados que permiten establecer el valor y la relevancia de una obra dentro de un campo discursivo más amplio (Barthes, 1977).

Como primer punto, se debería valorar la originalidad, que se hace evidente en una obra que no replica fórmulas establecidas, sino que propone una mirada singular, un lenguaje visual autónomo o una ruptura significativa con la tradición. “Lo nuevo”, decía Gombrich, “no es una categoría estética por sí sola, pero es esencial para el progreso del arte” (Gombrich, 1950, p. 268). La originalidad no se reduce a la novedad superficial, sino que radica en la singularidad del pensamiento plástico que sostiene la obra.

El segundo criterio que considero relevante es la densidad conceptual. Una obra valiosa no se agota en una lectura inmediata. Permite, por el contrario, múltiples interpretaciones y niveles de significación. Puede estar anclada en un discurso político, poético, filosófico o existencial, pero siempre moviliza ideas desde el lenguaje del arte.

Desde el punto de vista formal, se observa la calidad estética y compositiva. Esto no se refiere a un ideal de belleza tradicional, sino al manejo consciente de los elementos visuales: el color, el trazo, el espacio, la textura, la escala. Incluso en obras deliberadamente toscas o crudas, debe percibirse una intencionalidad y una destreza expresiva. Como explica James Elkins, el ojo entrenado aprende a detectar “el tipo de decisiones visuales que solo puede tomar alguien que entiende profundamente su medio” (Elkins, 2001, p. 34).

Otro aspecto crucial es su pertinencia contextual. Una obra se valora también por su capacidad de dialogar con su época, con su lugar, con las tensiones sociales o culturales que la atraviesan. El arte no se produce en el vacío, y una obra relevante es aquella que se inscribe activamente en un campo simbólico, ético o político. Como afirma Claire Bishop, “no basta con que el arte sea participativo; debe ser crítico y estar imbricado en la estructura del presente” (Bishop, 2012, p. 11).

Por último, una obra se considera buena cuando genera resonancia: permanece en la memoria, interpela, incomoda, conmueve. Puede hacerlo por su radicalidad formal, por su poder emocional, o por la lucidez de su discurso visual. Pero sobre todo, lo logra cuando revela algo que no habíamos visto, sentido o pensado antes.

En definitiva, juzgar si una obra de arte es buena no es una cuestión de fórmulas fijas ni de gustos personales aislados, sino de entender cómo dialoga con su contexto, cómo se sostiene en su lenguaje y cómo nos interpela como espectadores. Una buena obra no necesita ser entendida de inmediato, tiene la capacidad de quedarse con nosotros, de volver a aparecer en nuestra memoria, en nuestras preguntas, incluso en nuestros silencios. Quizás no se trata de encontrar respuestas definitivas, sino de afinar la mirada, de aprender a mirar con más profundidad, y aceptar que, en el arte, el valor no siempre está en lo que se explica, sino en lo que se siente, se piensa y se transforma a través de la experiencia. 

Referencias

Barthes, R. (1977). Image, Music, Text. London: Fontana Press.
Berger, J. (1972). Ways of Seeing. London: BBC and Penguin.
Bishop, C. (2012). Artificial Hells: Participatory Art and the Politics of Spectatorship. London: Verso.
Danto, A. C. (1981). The Transfiguration of the Commonplace: A Philosophy of Art. Cambridge, MA: Harvard University Press.
Dewey, J. (1934). Art as Experience. New York: Minton, Balch & Company.
Elkins, J. (2001). Why Art Cannot Be Taught: A Handbook for Art Students. Urbana: University of Illinois Press.
Gombrich, E. H. (1950). The Story of Art. London: Phaidon Press.
Sontag, S. (1966). Against Interpretation and Other Essays. New York: Farrar, Straus & Giroux.

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