Anomalías: una crónica visual

Anomalías: una crónica visual

Autor: José Ortiz Follow - Fotografías: Esteban Ortiz // Tiempo de lectura 9 min

Anomalías, la exposición del artista costarricense Lucho Castro, es el proyecto inaugural de Lado B, un nuevo Laboratorio Creativo que abre sus puertas en el corazón de San José. Desde el primer momento, el espacio llama la atención: está ubicado en el cuarto piso de un edificio que, aunque ha dejado atrás sus mejores años, conserva un aura inconfundible de pasado industrial. Sus paredes desgastadas y sus ventanales generosos ofrecen vistas espectaculares de la ciudad, como si la misma urbe fuese parte de la exposición. El lugar, cargado de historia, se convierte en el escenario ideal para una propuesta que busca interrogar el presente y dar sentido a las huellas del pasado reciente.

Tras unas palabras iniciales, se dio por inaugurada la muestra. Lo que siguió fue una experiencia vibrante, marcada por la diversidad del público: artistas jóvenes llenos de entusiasmo, creadores de gran trayectoria, coleccionistas, curadores, estudiantes, amigos del arte e incluso, algo no tan frecuente en estas actividades, varios niños, cuya presencia aportó una atmósfera inesperadamente cálida y familiar. Esa mezcla humana tan rica fue, en sí misma, un reflejo de lo que el arte puede generar: comunidad, encuentro y diálogo entre generaciones.

Anomalías surge como respuesta íntima del artista al desconcierto y al vacío que dejó la pandemia. Como él mismo lo expresa: “No se trata de documentar los hechos, sino las ausencias que dejaron. Son rostros, figuras, fragmentos de humanidad suspendidos. No son retratos, son rastros. Evidencias visuales de todo lo que se perdió sin poder ser nombrado”. A lo largo de dos años, el artista realizó más de dos mil dibujos gestuales, una cifra monumental que habla no solo de una necesidad expresiva, sino de una profunda urgencia de memoria. Cada trazo es testimonio de lo que desapareció, de lo que cambió para siempre, de lo que se intentó sostener a pesar de todo.

El montaje de la exposición es abrumador e hipnótico. Cada rincón de la sala está cubierto de obras de dibujos, desde lo puramente gestual hasta lo más elaborado, algunos rayando con la abstracción. Las técnicas empleadas son tan diversas como las emociones que despiertan: tinta, pastel, acrílico, spray, dripping, con una paleta de emociones que oscila entre lo sutil y lo violento. Pero más allá de la técnica, lo que más impacta es el contraste emocional que ofrecen los gestos: algunos rostros severos, otros frágiles, algunos casi infantiles y otros inquietantes. Son personajes que observan al espectador, lo interpelan, lo invitan a preguntarse quiénes fueron, qué historia se esconde tras su trazo, por qué merecieron ser preservados en papel.

Un elemento innovador fue la posibilidad de adquirir cualquiera de los dibujos por tan solo 10.000 colones. Este gesto democratizador del arte motivó a los asistentes a buscar "su" obra: aquella con la que resonaban a nivel íntimo. Las piezas no solo estaban colgadas en las paredes, sino también apiladas sobre mesas, disponibles para ser exploradas, tocadas, elegidas. Ver a la gente sumergirse en esa búsqueda —con los dibujos en las manos, comparándolos, comentándolos, decidiendo— fue una experiencia conmovedora. El arte dejó de ser algo intocable y se convirtió en algo profundamente cercano, casi doméstico.

Acompañando la multitud de dibujos, se expusieron también seis obras de mediano y gran formato que amplían la mirada del artista sobre ese mismo periodo. Estas piezas, más complejas en composición, funcionan como puntos de anclaje visual y conceptual dentro del caos ordenado de la muestra.

La noche no fue solo visual, sino también sonora. El músico Lucho Machado, integrante del grupo Maldito Delorean, ofreció versiones acústicas de su repertorio, generando una atmósfera íntima que dialogó con los dibujos que lo rodeaban. Luego, la cantante Emma Brott compartió algunas de sus composiciones, cargadas de sensibilidad y experiencia, que conectaron de inmediato con el público, reforzando la sensación de cercanía y complicidad. El cierre estuvo a cargo de David Cubero, con su proyecto el Valle Inquietante, una exploración sonora en tiempo real que reaccionaba a las obras expuestas a través de texturas digitales, como si el sonido también intentara descifrar el eco de lo ausente.

En conjunto, la música no solo acompañó la exposición, sino que la expandió. Fue una excusa perfecta para quedarse un rato más, para conversar, para tejer redes, para habitar el arte desde todos los sentidos. Lado B no solo inauguró un espacio, sino una forma distinta de encontrarse con la creación.

Anomalías marca así un inicio potente, lleno de intención y sensibilidad. Es una muestra que no solo presenta obras, sino que propone una experiencia estética y emocional profunda. Un primer paso firme de un espacio que promete convertirse en un punto de referencia para vivir el arte de forma más horizontal, participativa y, sobre todo, humana.

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1 comentario

Excelente felicitaciones

Luis Fernando quiros

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