
Adrián González Fonseca: Emocionalidad del silencio
Autor(a): Luis Fernando Quirós Valverde · Follow // Tiempo de lectura 8 min
Hacer arte se constituye ante una fuerte impresión que captura nuestro pensamiento crítico desde el primer enganche, en un diálogo interior; es como sí del cuadro emergiera un potente brazo con gancho que nos clava y al mismo tiempo mete a buscar significados al interior de la experiencia. En mi caso personal, si ese enganche es leve, no logro sentirlo ni comprender nada, pues mi vista escapa buscando otros estímulos que siempre encuentro, pero que a veces no están en la obra de arte la cual intento apreciar y validar. En otras ocasiones llego a una muestra y al repasar lo visto me faltan palabras para interpretar, pues quedo tan vacío a como entré. Incluso cuando la muestra es buena con sólo ver fotografías éstas encienden el fuego interior que escribe y manifiesta los juicios de lo que me queda de la visita: el aprendizaje.
“Espacios rurales y metropolitanos”
El desamparadeño Adrián González Fonseca, exhibe sus estudios del paisaje latente, ese que no está a la vista de todos, porque está en la entraña del pintor, quizás como una mirada discontinua, y en estas propuestas pareciera posicionarnos ante una tela impresionista, de pinceladas (des)fragmentadas, para generar la ilusión de la luz y, por lo tanto el color que se mete a todos los espacios donde se exhibe, y al mismo tiempo se hunden en los poros de mi piel de espectador. Esta propuesta está en el Salón Sindical Pancha Carrasco, Confederación Costarricense de Trabajadores Democráticos en barrio La Dolorosa San José.
Carácter del tratamiento e intertextualidad
El joven artista, para obligarnos a mantener la vista puesta en ese “sistema del paisaje”, construye uno solo aunque en realidad sean muchos: Estamos hablando del enigma del arte actual, pues en el fondo de todo lo que nos expone a la vista es el paisaje que él lleva adentro, el cual porta, como dice Glissant en Poética de la relación 2018, el que lleva en la entraña, memoria que va consigo a donde quiera que dirija sus pasos: al campo, a la montaña, a las llanuras y campiñas, a la ciudad, al lugar de estudio, son como sus trajes, los mismos que Jorge Debravo recomienda a veces romperlos, deshilacharse y quedar desnudos frente al viento, para que no pierdan el objeto de estas a nuestro servicio y se conviertan en amos y carceleros. (Debravo 1990, Nosotros los Hombres).
De alguna manera estas obras en su mayoría de pequeño formato me recuerda al arte del adelantado al impresionismo, y por lo tanto a todo el arte moderno, Camille Corot (1796-1875), el llamado “pintor del aire”, pues sus obras son el estímulo cambiante de atmósferas de luz, del tiempo atmosférico, pero también del fractal que no tiene métrica, solo emocionalidad, que juega con la temporalidad del perceptor y se fragmenta en una intensa impresión retiniana y finalmente va a la mácula del ojo.
Fenomenología y psicología de la visión
Toda obra de arte posee una parte diáfana a la vista, presta a la comprensión de las personas, otras atañen a la emocionalidad, a la lectura simbólica, o no están dichas a la vista y comprensión de todos, como son las metáforas, los símiles u otras figuras del lenguaje simbólico, incluso del lenguaje no verbal. En mi tarea de comentar arte, esas son las que más me anclan a divagar en los signos más ocultos, a escudriñar los significados que son más propios del arte contemporáneo, siguiendo los pasos de los encadenamientos semánticos y estéticos, y, aunque son muchos paisajes los creados por este joven Adrián González, en el fondo de todo son uno sólo y es precisamente el que más me gusta.
Como también los hizo el pintor francés Camille Corot, ensaya la figura humana, las personas que le rodean e interesan, están presentes como en un escenario donde se presenta el drama del cotidiano, en el que a veces como si fuera un gran espejo se ve él, gravitan sus amigos o amigas, pero quizás al dejar tan abierto el poro de la tela y la pincelada de la pintura, en esa acción hay captura o escape de la luz o atmósfera; de centelleantes paisajes sonoros colmados de música, lucesillas que apagan y encienden en los silencios; entonces también me parece verme a mí mismo, inmerso en tanto son resonancias del espíritu travieso, es geniecillo lúdico que se deleita jugando con la pincelada, con las distintas fases de experimentación del paisaje, con los espectadores y asiduos a su arte, en las cuales él va acercándose a lo que anda buscando: estados de ánimo reflejados en el entorno o por influencia de esas energías suyas y emocionalidad, pues, repito, son ese mismo paisaje que él lleva en la entraña.
1 comentario
Extraordinario Adrián.
Alma y pincel.
Maduro proceso lleno de magia pictórica.
Gracias por tu constancia.
Por Amor al Arte.
Está obra tuya se hace gigante
Poco a poco.
Hoy + Hoy + Hoy.
Cómo vos mismo.