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Francisco Munguía: arte con convicción
Autor: José Ortiz · Follow // Tiempo de lectura 9 min
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Hay personas que dejan una huella profunda, que marcan muchas vidas y que genuinamente se dan a los demás. Un semáforo en el Paso de la Vaca fue el culpable de que volviera a encontrarme con la obra de un gran artista. Entre el tumulto, el correr de la gente, el ruido y el ajetreo de la calle, un mural dedicado a la policía sirve de telón para la gran obra de teatro que significa habitar San José. Todas aquellas imágenes llenas de inocencia y empatía envueltas en un gran cariño por la gente rinden homenaje a las personas que nos cuidan y arriesgan su vida para que estemos seguros. De inmediato, viene a mi mente el recuerdo de un gran ser humano, el buen Francisco Munguía. Con frecuencia me encontré a su familia en las diferentes ferias ofreciendo sus obras de arte, artesanías, tasas, bolsas y cualquier otra cosa que pudiese servir de excusa para llevar cultura a los hogares.
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Adriana Collado es clara en afirmar que Munguía “…era absolutamente consistente entre los valores que guiaban sus decisiones personales y los que regían sus elecciones artísticas. Creía rotundamente en que, si el arte podía cambiar la vida de las personas y colectivos, debía por tanto ser accesible, integrador, participativo y didáctico. Por eso, para Munguía las fronteras entre la vida cotidiana y el arte se difuminaban”. Esos ideales lo llevaron por diferentes caminos, pero siempre con el ojo puesto en lo social, en el amor y la dignidad por el ser humano. Siempre buscó tener esa conexión con las poblaciones más vulnerables, principalmente de los sectores al sur de la capital. Siempre quiso poner de manifiesto las necesidades y aspiraciones de estos grupos, por eso y porque creció en esas comunidades, es que la mayor parte de su trabajo se centró en barriadas como San Sebastián, Barrio Carit, Los Guido, La Carpio, Higuito de Desamparados, Tejarcillos de Alajuelita, León XIII, Hatillo y Cipreses de Curridabat.
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Desde muy pequeño se interesó por el dibujo y las fábulas y tuvo la oportunidad de ser Boy Scout, un programa en el cuál desarrolló una serie de destrezas como la construcción, el montañismo y sobre todo, un profundo amor y respeto por la naturaleza y el ser humano.
A los 21 años, allá por 1997, conoció al grupo La Zarigüeya, a Arcadio, a Nano, a Ferreol y decidió crear a su personaje más icónico: Pantys. Inicialmente se trataba de una caricatura impresa con fotocopiadora que vendía por 150 colones, con un tiraje de 30 ejemplares que vendía entre sus amigos y compañeros. Poco después presentó su proyecto al Diario La Nación y terminó como diagramador e ilustrador. Aunque la tira cómica se publicó en la sección de Entretenimiento, llegó a tocar temas que tradicionalmente van en la sección "editorial", por lo tanto, Pantys se salía del estilo de Garfield o Pepita, entrando al estilo Latinoamericano donde los temas sociales de relevancia son parte de la caricatura.
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Francisco Munguía estudió cerámica en la Universidad de Costa Rica, según dijo alguna vez en una entrevista, se decidió por la cerámica porque no existía una carrera de humorismo o humor gráfico, y pensó que con la cerámica tendría la oportunidad de explorar y crear con mayor libertad. Su trabajo de graduación, en el 2005, fue una instalación con cientos de chanchos de cerámica denominada Sainomore. Muy al estilo de Munguía, la instalación incluía la construcción de un horno primitivo para crear las piezas de cerámica, un “telechancho” y la colocación de sus cerdos sobre un suelo lleno de arroz y frijoles crudos, creando según el, una especie de chifrijo crudo.
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Poco tiempo después, con su convicción de caricaturista, llega a toparse con las grandes obras del arte universal y comienza a interpretarlas con su particular estilo. En el año 2008, tras años de exponer sus obras en calcomanías, camisetas, almanaques, periódicos y paredes, Francisco Munguía aceptó la invitación de la Galería Nacional y preparó su primera muestra individual: Parodias de pinturas famosas. En esa exposición ofrece su propia versión de las obras icónicas de la historia. En 22 trabajos, Munguía logró resumir y caricaturizar la historia del arte desde el siglo XIV hasta mediados del siglo XX: “El chiste siempre ayuda, es una manera de entrarle a las cosas que dan miedo o parecen espesas”, dijo; y, para que nadie dude del carácter didáctico de la muestra, en la ficha de cada obra incluyó la referencia y reproducción de la original.
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De nuevo, Collado hace patente que “.. el artista también mantenía una ferviente convicción de que, a su manera, él debía contribuir al derecho de todas las personas al disfrute de la cultura y que debía utilizar el arte como una herramienta pedagógica. En su caso, asumió como misión donar su tiempo y talento para contribuir a mejorar la calidad de vida de los grupos sociales más vulnerables. Así, en varias barriadas pobres, desarrolló procesos participativos para integrar a la comunidad en torno a la recuperación y cuido de los espacios públicos mediante la creación de murales. Promovió junto a su familia, campañas de bienestar animal y cuido responsable de mascotas, ilustró materiales didácticos y creó materiales interactivos y videojuegos para que la niñez y los jóvenes aprendieran del arte, divirtiéndose”. Durante una entrevista para la Revista Ancora, Munguía comentó que el salto hacia el arte en espacios públicos fue posible gracias al impulso del artista Luis Chacón, quien lo invitó a participar en un mural en la pared externa del cementerio Calvo, detrás de la Municipalidad de San José y el Mercado de Mayoreo: “… primero me pidieron pintar 100 metros, los cuales estuvieron terminados en menos de una semana, así que me pidieron pintar otros 200 metros. En 22 días todo el mural estuvo listo; no necesité proyectores, ni cuadrículas, ni cuerdas, ni reglas, ni esténciles. No sabía que los dibujos podían superar mi escala ni que pintar murales me gustaba tanto”. En ese momento a Munguía le queda claro que el muralismo le permite crear un nexo social con la comunidad que habita y a partir de ese momento su obra mural fue prolífica. Logró llegar a muchísimos lugares: desde la intimidad de su casa hasta las Aldeas SOS o las paredes de Cristo Rey; un esfuerzo que quedó registrado en la exposición Los murales de la gente, realizada en el 2018 en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo en San José.
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Lamentablemente Munguía muere joven, pero su legado sigue vivo gracias a la cantidad y calidad de su obra. Hoy en día, su esposa Débora y sus hijos Fausto y Fidel se encargan de preservar un legado que trasciende lo estético, llevándolo a alcanzar un nivel que le confiere un lugar en la historia del arte de este país.
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Munguía siempre fue trasparente y fiel a su pensamiento, no dudó en utilizar su creatividad y talento para producir cambios en las comunidades. Hoy en día, vale la pena rescatar la historia de este artista, ya que como alguna vez escribió el dramaturgo Tony Cusher: “el Arte no es solamente una contemplación, es también un acto, y todos los actos cambian el mundo”. Munguía es y seguirá siendo un artista fundamental, que a través del humor y la sátira hizo evidente que Costa Rica ha cambiado y que debemos luchar por los valores y tradiciones que hicieron de este país un territorio de paz.
Referencias
Collado, Adriana, In Memoriam Francisco Munguía Villalta (1976-2020): El arte de estar con la gente, Revista Itsmica, Número 27, Enero-junio 2021, pp. 95-113.
Rojas, Jésica, Munguía, una vida de color y compromiso social, Ancora, La Nación
Comics de Costa Rica, Facebook.
Hernández, Lisalex, Fallece el artista Francisco Munguía, el muralista de los barrios de San José